sábado, 14 de marzo de 2020

Los esclavos medievales: ganado con rostro humano

Introducción

Uno de los legados que enlaza la Antigüedad con la Edad Media es la esclavitud. La utilización de la mano de obra esclava aparecía como derecho natural, impuesto a los hombres por la estructura económica. La ausencia de un equipamiento técnico suficiente, el rigor de las obligaciones agrarias en una región mediterránea poco favorecida por sus condiciones naturales, un desarrollo urbano que reclamaba una gran masa de trabajadores poco cualificados, una estructura militar vigorosa que permitía las razias para abastecerse continuamente de rehenes de guerra, fueron las bases inevitables para este sistema.
Esclavos cortando marmol. Miniatura del De universo de Rabano Mauro (s. XI). Montecasino, archivo de la Abadía.

Hemos hablado de la herencia de la Antigüedad, y seguramente pensemos en griegos y romanos, o quizás nos abstraigamos a Oriente en este maremágnum de neuronas efervescentes que llamamos pensamiento, pero, la sociedad germánica también tenía este rasgo social, aunque en menor grado. Esto explicaría como, una vez instalados dentro del Imperio Romano, aceptaron una situación que ya les era familiar.

Los primeros siglos del Medievo nos ofrecen una imagen de la esclavitud persistente. No solo las masas de esclavos de los grandes latifundios ibéricos o italianos quedaron indemnes, sino que también las desgracias climáticas compensaron sin duda el parón de las guerras de conquista y las fructíferas razias. De hecho, la explotación de la gran propiedad implicaba el concurso de una fuerza de trabajo cuantiosa y fuertemente dependiente, sobre todo en la reserva (esa estructura típica de la curtis carolingia), en la parte del latifundio explotada directamente por el propietario gracias al trabajo de esclavos, los llamados servi o mancipia.
Escena con un esclavo lavándole los pies a su dueña. Miniatura del Tacuinum Sanitatis. Viena, Biblioteca Nacional de Austria.

Además, hay un gran contraste entre la presencia de esclavos domésticos en el interior de una casa aristocrática que nunca supone un problema, y la esclavitud comercial de corte clásico. En esta última forma el esclavo es utilizado en la producción como si se tratase de una herramienta y en el intercambio como una mercancía: es lícito traficar con él y explotarlo como mano de obra. De este modo, tampoco debemos olvidar la existencia de esclavos de tráfico mercantil. Pero, no son utilizados en el marco de una economía agraria y no constituyen la esencia de la mano de obra.
"Rogamos a nuestro señor Dios y al señor abad Hugo del dominio de Berzé con los siervos y siervas que viven en este patrimonio, sean libres o sean siervos. . ." (Una muestra de la dificultad que supone la terminología y sus implicaciones. Abadía de Cluny, 1062)

Desentrañando la figura del esclavo

¿Qué es un esclavo? Un esclavo es un hombre o mujer que a la vez es una mercancía, una herramienta o ganado. Su fuerza y energía se utilizan para actividades mecánicas, como pudiera ser accionar las muelas manuales para moler el cereal, o para cultivar la tierra. Los esclavos ocupan diversas funciones en el ámbito productivo. Hay esclavos domésticos dedicados al mantenimiento de la casa de su amo. Otros son destinados a la producción propiamente dicha. Pueden trabajar en grupo, bajo la dirección de un jefe, también esclavo. En el siglo IX, la mayor parte de los siervos son casati, no porque estuvieran casados (en el sentido actual), sino porque estaban instalados en tenencias.
Siervos trabajando su pequeña parcela de tierra.

Esclavo se nace: los hijos de una mujer no libre quedan automáticamente incorporados al estatuto de su madre. Aunque no obstante, los matrimonios mixtos eran frecuentes. Es un mecanismo que no podemos despreciar a la hora de cambiar de estatus social. Pero, en la mayoría de los casos, los propietarios procuraran que se mantenga la “subyugación hereditaria”, es decir, que el esclavo cambie de manos como un bien inmueble.

"Eginardo a su muy querida hermana, salvación eterna en el Señor.
Tu esclavo, de Makesbah, de nombre Wenilon, contrajo matrimonio con una mujer libre. Y temiendo ahora vuestra cólera, y la de su señor Albuino, se refugió en la iglesia de los santos Marcelino y Pedro. Por eso, solicito de vuestra caridad a fin de que os digneis a interceder en mi nombre delante de Albuino para que le sea permitido a este esclavo, con el consentimiento de Albuino y vuestro, retener a la mujer que ha tomado (por esposa). Deseo que disfruteis, como siempre, de buena salud"
(Cartas de Eginardo, 828-836)

A parte de los posibles malos tratos, el esclavo permanecía al margen de la humanidad, estaba socialmente muerto, no podía poseer nada como propio, ni bienes ni hijos. También le estaba vetada la institución matrimonial porque implica la estabilidad, fija una filiación y regula los problemas de propiedad. Aun así, desde el siglo IV, el esclavo tenía acceso a un tipo de matrimonio que suponía el reconocimiento de su familia y la estabilidad de su grupo doméstico, acceso a un peculio y en cierta medida puede acceder a la tierra, bajo una modalidad controlada. Ahora bien, ni tenían acceso a la justicia pública ni gozaban de ningún derecho político, ni tampoco podían acceder al sacerdocio.

"Según los decretos de los santos padres, hemos decidido que un cura no puede permitirse ordenar a un esclavo antes de que haya sido dado en completa libertad, para que una persona vil no pueda cumplir una función sacerdotal." (Fragmento del Concilio de Triburia, 895)
La actitud de la Iglesia frente al problema moral y económico de la esclavitud fue de inhibición cuando no de complacencia. Es cierto que los sacerdotes reprobaban el comercio, y censuraban la servidumbre de un hombre por su prójimo, que es su hermano a los ojos de Dios. Pero no eran más que voces piadosas, tímidas proclamas sin convencimiento, ya que denunciar la desaparición de este elemento fundamental, que sustentaba la pirámide social desde sus bases, hubiera supuesto un altibajo al principio de autoridad y jerarquía, de la que la Iglesia era su mayor garante. Así, pues, había que representar la esclavitud como un castigo y, como san Pablo, predicar la resignación y la esperanza a los desfavorecidos: claramente, un esclavo no podía ser capellán. Los clérigos suavizaron como pudieron las miserias de la servidumbre, pero nunca se opusieron con contundencia. Para san Agustín la esclavitud es justa: es la sanción de los pecados y, más exactamente, del pecado original. Está justificada y es normal que dicha sanción afecta algunos y no a todos. Isidoro de Sevilla, por su parte, ya observaba una depravación inherente en el esclavo, como que eran personas que por su naturaleza se lo merecían.

Con todo, aunque la esclavitud se vio revitalizada entre los siglos V y VII, el número de esclavos ya no era tan grande como lo fue en siglos anteriores. En el descenso del volumen de esclavos se combinan dos factores: uno militar, al rebajarse el aprovisionamiento de prisioneros de guerra dada la estabilidad de las monarquías germánicas; otro económico, derivado de la baja rentabilidad de la esclavitud en el contexto de un nuevo período.

El derecho de guerra, efectivamente, convertía a cualquier cautivo, hasta incluso de alto rango, en un esclavo. Pero, con el advenimiento de los carolingios cesan las guerras locales y se interrumpe una parte del flujo de prisioneros o, puede ser, que cambiase su naturaleza. La deportación masiva de sajones forma parte de este flujo y constituye, hasta incluso, el principal motivo. Como Occidente está a la defensiva a partir del reinado de Luis el Piadoso, ya no es posible alimentar regularmente el stock de esclavos a través de nuevas conquistas.
Las rutas esclavistas entre los siglos VIII y XI.

A medida que se iba debilitando el comercio, este “ganado servil” comenzó a perder interés. Esta debilidad se frenó un poco entre los siglos V y VI. El comercio prosiguió y, hasta incluso, tuvo cierto auge en el siglo IX, a partir de las incursiones carolingias en Bohemia y la zona del Elba, donde fueron capturados algunos “eslavos”, el nombre que luego se extrapola a todo aquel sujeto a esta condición infame, y otro cuando las incursiones vikingas llenaron los mercados de prisioneros irlandeses, flamencos y polacos. Por otro lado, hay un tráfico interno provocado por la miseria: un padre, por ejemplo, puede vender a sus hijos para poder comer. Tengamos en cuenta que tampoco estaba prohibido venderse o “darse” uno mismo. De hecho, existen condenas judiciales que acababan con la pérdida de la libertad.

"Yo, Bereterio, me pongo la cuerda en el cuello y me entrego a las manos y al poder de Alerio y su mujer Ermengarta para que, desde este dia, haga de mi persona y de mi descendencia lo que le plazca, como también vuestros herederos, con poder de retenerme, venderme, donarme o emanciparme, y a fin de que, si un día decidiera librarme de vuestro servicio, vos o vuestros enviados, puedan detenerme como harían con uno de vuestros esclavos de origen." (Abadía de Cluny, 887)


No obstante, la reculada de la esclavitud tiene más que ver con su función económica que no con las eventualidades de su adquisición. Al fin y al cabo, mantener grandes efectivos de esclavos era caro (había que alimentarlos; y un esclavo infante, enfermo o cansado era inútil a la vez que costoso), y solo generaban beneficios en una economía de intercambios, comercial, dinámica. Pero, en la medida en la cual, a partir del siglo V, la economía de mercado perdía importancia a favor del autoconsumo. Además, el hombre y la mujer esclavizados producían poco y trabajaban mal. Cuando el esclavo, que vivía en casa de su amo, no podía ser reemplazado con facilidad, la solución para que trabajase más, comiese mejor y se alimentase a sí mismo y a sus hijos era darle un pedazo de tierra a cambio de una renta. Los esclavos liberados, dotados de una explotación, se llamaban servi casati (ahora sí, un término en su doble perspectiva de casado, de fundar una familia, y de tener una casa propia).

Conclusión

En efecto, entre los siglos VIII y IX se empieza a atisbar una formación progresiva en Occidente de una  nueva categoría, que no se puede asimilar del todo con la esclavitud antigua. Ni las cargas individuales, ni el estatuto moral o jurídico, ni la parte numérica de este grupo social en la población no coinciden con la esclavitud romana.

Para explicar la aparición de los siervos, se ha querido argumentar una gran cantidad de factores: una necesidad de protección, que aumenta por las dificultades económicas o por el peligro, lleva a la servidumbre a todos aquellos que no cuentan con recursos, los débiles, los arruinados, las viudas. Será este sentimiento generalizado de búsqueda de seguridad lo que conduzca, sin lugar a duda, a muchos campesinos libres, convertidos en propietarios o colonos, a aceptar las más pesadas cargas agrarias a cambio de la estabilidad en su propiedad hereditaria.
Representación de unos siervos de la gleba (s. XIV) segando el trigo mientras reciben instrucciones.

El grupo que probablemente aportó un contingente mayor a las filas de estos nuevos siervos fue, como hemos señalado antes, el de los colonos, debido a la degradación originaria de su estatus. Muchas veces bastaba con que un hombre libre se instalase en una propiedad considerada servil para caer en servidumbre.

En el siglo IX, el siervo no tiene un estatus humillante hasta el punto de impedirle el acceso a la posesión de la tierra que trabaja y de la cual puede disponer, es decir, puede comprarla y venderla. Las transacciones que los siervos realizaron entre ellos tenían que ser confirmadas por el propietario. La transferencia de la tierra de un grupo de siervos a otro solo tenía efecto y validez si la tierra se consideraba como perteneciente a un propietario, en el sentido que pase de manos de un propietario a otro. Aunque el siervo era el propietario nominal o teórico del bien territorial, no ejercía el derecho práctico.

No obstante, los esclavos continuaron siendo un sector básico de la economía agraria de la Alta Edad Media. Pero, lo que cabe remarcar, como conclusión, es que las diferencias jurídicas entre hombres y esclavos ya no van a ser decisivas como lo fueron en época romana.

Fdd. Remus Okami

Bibliografía


- BONASSIE, P.: Del esclavismo al feudalismo en la Europa occidental. Ed. Crítica. Barcelona. 1993
- HEERS, J.: Esclavos y sirvientes en las sociedades mediterráneas durante la Edad Media. Ed. Alfons el Magnánim. Valencia. 1989
- PHILIPS, W. D. jr.: La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del comercio transatlántico. Madrid: Siglo XXI. 1989
- HERNANDO, J.: Els esclaus islàmics a Barcelona: blancs, negres, llors i turcs. De l'esclavitud a la llibertat (segle XIV). CSIC. Barcelona. 2003

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