sábado, 18 de enero de 2020

Iberia a través de Estrabón


Estrabón nació en Amaseia, ciudad del Póntos -región de Asia Menor situada sobre el antiguo Póntos Eúxeinos o actual Mar Negro-, hacia el año 63 a.C. Pertenecía a una distinguida familia griega oriunda de la isla de Creta. En su juventud asistió a las lecciones que daba en Núsa el gramático Aristódemos no lejos de Éfeso. Así pues, Estrabón en sus escritos se alinea dentro de la corriente estoica, con Polýbios y Poseidónios.


Estrabón según un grabado del siglo XVI

La fecha de su presencia en Roma cae al parecer poco después de la Guerra Civil entre Octavio y sus enemigos políticos (Marco Antonio y Lépido), hacia el año 29 a.C. Se sospecha, sin embargo, que no fue ésta la vez primera que Estrabón estuvo en Roma y que pudo ya haberla visitado con anterioridad. Al poco tiempo, abandona la capital del Tíber, uniéndose al séquito de Aelius Gallus, al que Augusto había puesto al mando de la expedición contra los árabes. En esta ocasión, visita Egipto desde Alexándreia hasta Phílai, la isla sagrada situada junto a la "catarata menor", cerca de Syéne, en los límites entre el alto Egipto y Etiopía.

Tras una larga estancia en Alexándreia se volvió a Roma hacia el año 20 a.C. A partir de este momento, se desconocen casi en su totalidad los demás viajes hechos desde la Ciudad Eterna, y de los cuales el mismo Estrabón nos da algunos indicios tan valiosos como lacónicos. En efecto, por él sabemos que recorrió gran parte del mundo entonces conocido, habiéndolo cruzado desde Cerdeña hasta Armenia (de Oeste a Este) y desde el Mar Negro hasta los límites de Etiopía (de Norte a Sur).

Su vida se prolonga no sólo durante todo el reinado de Augusto, sino hasta dentro del de su sucesor Tiberio, llegando incluso hasta la muerte de Juba II de Mauritania, acaecida al parecer hacia el año 23 d.C., aunque este asunto no está aclarado. En general, se supone la fecha de su muerte hacia el 19 d.C., pero no se sabe con total certeza. Por lo tanto, este geografo griego pudo haber llegado a vivir hasta, por lo menos, los 50 años, no sin antes haber viajado más que la mayoría de personas que van a leer esta entrada de blog.

LIBRO III, GEOGRAFIA DE ESTRABÓN

Con respecto al tema que nos atañe, Estrabón realiza una extensa obra tanto historiográfica (Hypomnémata Historiká, dividida en 43 libros) como geográfica (Geographiká, dividida en 17 libros), de la cual nos vamos a centrar en su tercer libro dedicado a la geografía y que dedica a la descripción del paisaje, zonas y gentes que habitan Iberia. Hay que destacar que nunca llegó a viajar a Iberia, pero gracias a él tenemos la primera descripción documentada de estas tierras.

En el primer capítulo, Estrabón empieza hablando sobre a que se ha dedicado a dar unos primeros esbozos de la Tierra y que su intención para este caso es centrarse ahora en Iberia. La imagen que tiene de la Península Ibérica es la que podría tener un extranjero al venir por primera vez[1], en tanto que podría entenderse así para cualquier griego que conociera mediante testimonios la península, como fue su caso. Iberia, según dice, tiene forma de piel y de aquí proviene la tradición de que España se parece a una piel de toro que tanto se ha repetido.

Portada del libro La pell de brau (la piel de toro) de Salvador Espriu

A continuación, realiza una medición de unos 6000 estadios para trazar el recorrido que hay de la zona meridional a la septentrional, lo cual no sería del todo descabellado y se aproximaría bastante a la realidad, siendo bastante aproximado para los métodos de los que disponían. Además, conocían perfectamente la extensión de la cordillera de los Pirineos, o Pyréne, al saber que limitaba con la Keltiké, pero se equivoca al decir que la Pyréne es una montaña que atraviesa de Este a Oeste el Norte de la Península Ibérica, aunque –todo sea dicho- para los métodos cartográficos de la época confundir a la Cordillera Cantábrica con una parte de los Pirineos no es un error garrafal y se le puede perdonar a Estrabón al no haber visitado nunca nuestras tierras.

El cuarto párrafo del primer capítulo lo dedica a describir las zonas más occidentales de la ecúmene (oikouméne, o “tierra habitada”) conocida en ese momento por los griegos. Así como describe al Hierón Akroterión como la zona más occidental de la “oikouméne” europea junto con la extremidad de Libýe.
Reconstrucción del mapa de la ecúmene (o mundo conocido) de Eratóstenes de Cirene (c.220 a.C.)

Así pues, dice que no hay ningún templo dedicado a Heracles en la zona meridional de Iberia recogiendo el testimonio de Artemídoros que a su vez recoge la tradición de Éphoros, la cual para Estrabón es falsa al existir ciertas costumbres y ritos que relacionan a la zona con un culto concreto.

En los epígrafes 6 y 7, Estrabón realiza una seriación de ríos y tribus que viven a la orilla o cercanías de estos entre los que destacan determinadas zonas como la Turdetania y la Bastetania y tribus por los alrededores como los oretanos, los lusitanos y los contestanos.

Los dos epígrafes siguientes son dedicados a dos casos concretos como Menlaría y Menestheús. En primer lugar, Menlaría destaca por su industria de la salazón y una ciudad cuyo puerto embarca hacia Tíngis; dicha ciudad acabó llamándose Iulia Transducta tras la llegada de los romanos al territorio. En segundo lugar, el puerto de Menestheús es donde se encuentra el oráculo de Menestheús y existe una especie de faro conocido como “Kaipíonos Pýrgos”.

En el capítulo segundo, se exponen varios temas. Este capítulo comprende la descripción de las tierras interiores de Andalucía, el curso del Guadalquivir y del Guadiana y las riquezas de esta región, tanto en cultivos y pesca como en minerales; esta última materia le lleva a hablar también de la misma en el resto de España (estaño del Noroeste, y plata de Cartagena, principalmente).

En lo que concierne al tercer capítulo, Estrabón lo dedica a la costa occidental de Ibería, a partir del Hierón Akrotérion, hablando del Tágos (Tajo), del Doúrios (Duero) y demás ríos de la costa atlántica hasta el Mínion (Miño), y describiendo con cierto detenimiento la Lusitania y los lusitanos, así como las tierras de más al interior, sin olvidar los pueblos del Noroeste (ártabros y callaícos), y aun los del resto de la zona Norte o del actual Golfo de Vizcaya hasta los pies de los Pirineos ísthmicos.


Mapa histórico-político de los pueblos prerromanos en la Península Ibérica donde podemos observar las principales tribus y los grupos lingüisticos.

Al comienzo del capítulo 4, Estrabón continua con sus referencias geográficas en griego. Esta vez se va a centrar en trazar una diagonal desde el Sud, tomando como punto de inicio las llamadas Columnas de Heracles (las Stélai) hasta llegar a los Pirineos. Esta costa mide para el geógrafo unos 6.000 stadios=1.110 kilómetros, los cuales se distribuyen así: de Gibraltar (Kálpe) a Cartagena (Karchedón), 407 kilómetros; de Cartagena al Ebro (Íber), otros 407, poco más o menos, y del Ebro a los Trofeos Pompeyanos (Pirineos), 296 kilómetros, lo que suma justamente 1.110 kilómetros.

Además, nombra al pueblo de los edetanoi, que son los que habitaron la zona de las actuales provincias de Alicante, Valencia y Castellón, más o menos. Este pueblo ibero recibía su nombre de la ciudad de Edeta, llamada también Leíria, o Líria (Ptolemaíos), que se correspondería con la actual Liria, cerca de Valencia, cuyas ruinas más antiguas se encuentran en el cerro de San Miguel, en el cual podremos contemplar el conjunto más interesante de la cerámica ibérica.

Desde Kalpe, nos describe la zona como la Bastetania y el país de los oretanos, así como mediante indicaciones nos describe maravillosamente como era Sierra Nevada: "una cordillera cubierta de densos bosques y corpulentos árboles (...) En ella, hay muchos lugares con oro y metales" (III, 4, 2). Destaca en ese recorrido la ciudad costera de Málaka, conocida por ser un emporio comercial especializado en el comercio de salazón, pero dando a entender que pudiera ser la vieja colonia focea de Mainaké, que otros autores anteriores conocían y que él descarta al contrastar esta información: "Málaka está más cerca y presenta planta fenicia" (III, 4, 2).

El párrafo 3 resulta interesante a nivel historiográfico, porque nos remonta a las referencias de otros autores como Poseidónios, Artemídoros y Asklepiádes el Myrleanós (de este último filósofo ni conoceriamos su nombre si no fuera por Estrabón) la fundación de Abdera (actual Adra, en Almería), a pesar de que entremezcla el relato histórico con el mitológico al hablar de Heracles y sus andanzas por estas tierras. 

Más adelante, tenemos una de las primeras referencias históricas al Océano Atlántico, puesto que Estrabón nos nombra el Atlantikon Pélagos. El nombre de Atlántico está relacionado con la leyenda de Hércules, que en su expedición al Jardín de las Hespérides tuvo que vencer antes al gigante Atlas, que habitaba en la región norte de África, donde, según la leyuenda, sostenía sobre sus hombros el Mundo, imagen de la cordillera que por esta misma razón lleva el nombre de Atlas.

Los siguientes párrafos (III, 4, 5-10) hace varias referencias geográficas a algunos enclaves del Noreste peninsular, que son imprescindibles para entender la Guerra Civil que enfrentó a Julio César y Pompeyo entre el 49 y el 45 a.C. Tal es el caso de Kaisaraugosta (Zaragoza), Kelsa (Celsa, de ubicación dudosa), los iakketanoi (de la región de Iakka, actual Jaca), Ilerda (Lérida), Oska (Huesca), Kalagouris (Calahorra) o Pompélon (Pamplona, en honor a Pompeyo, fundada en el 75 a.C.).

Pero lo más interesante llega al final de este capítulo, pues nos describe la economía, sociedad y cultura, en general, de las distintas tribus iberas que habitan los territorios ya nombrados; tenemos a los kerretanoi (que habitarían Cerdeña, pero tendrían estirpe ibérica), los kantabroi (los cántabros), los Bardyétai (los bárdulos que habitaban las provincias de Guipuzcoa y Álava), los Arouákoi (o arévacos, del norte de Soria) o los Lousones (lusones, que que ocupaban la parte norte de la provincia de Guadalajara y sur de la de Soria). A todo esto, Estrabón intercala referencias al asedio de Numancia, historietas de campamento y anécdotas de las Guerras Cántabras, que dotan al relato de originalidad, y hacen que el lector disfrute esta descripción geográfica como si fuera una novela. El último párrafo ya lo dedicará solo a las divisiones administrativas de Hispania.

Finalmente, el capítulo 5 está dedicado íntegro a las islas, comenzando por las del Mediterráneo (las Baleares) y terminando con las del Atlántico (Cádiz, isla entonces, a la que dedica gran parte del capítulo, y las Kassiterides, que incluye en el área peninsular y a las que dedica el último párrafo). 

Las Islas Kassiterídes, o Kattiterídes, son las "islas del estaño" (griego kassíteros=estaño), de localización en extremo problemática ya en la misma Antigüedad. Se identifican por algunos con las islas Oestrymnides, ubicables en la Bretaña francesa. Según otros, se trata de Galicia y de sus islas, donde no sólo se obtenía estaño en abundancia (véase lo que dice el mismo Strábon de su explotación en III, 2, 9), sino que pudo muy bien cargarse en las islas de sus rías (islas Cies, Ons, Salbora, Arosa).

Por otra parte, el haberlas citado Estrabón en el libro dedicado a la Península Ibérica, traduce su concepto, que, aunque vago, le obligaba a preferir el noroeste de España antes que las Galias o Britania, que es donde pudieran haber cabido, de no ser la región de Galicia.

CONCLUSIONES Y DIGRESIONES AL RESPECTO DE ESTRABÓN

De todas las zonas de Iberia, la que le mueve en modo mayor y le provoca una gran simpatía es la meridional, la Baitiké o Tourdetanía, como la llamaban los griegos, y dentro de ella, la ciudad de Gádeira, que así llamaban también a lo que nosotros Cádiz. Aquí Estrabón sigue, según parece, casi al pie de la letra las narraciones de Poseidónios y, en menor grado las de Artemídoros y Polýbios también, tomando de aquél, además de la noticia, el brillo en la descripción, ese mismo brillo al que alude Estrabón al hablar de los párrafos que Poseidónios dedica a las riquezas del suelo ibero, sobre todo a las mineras.

La narración que realiza Estrabón se hace, a lo largo de sus capítulos, en extremo interesante, viva, cordial y entusiasta. De este modo, da la sensación de ser una narración veraz incluso en el análisis del carácter de los distintos pueblos peninsulares, en los que destaca, aparte su espíritu inquieto y guerrero y su afición a la formación de bandas o guerrillas. Además, hace relativamente fácil ver otros aspectos como su fidelidad al compromiso de amistad o sumisión al jefe, su resistencia a la fatiga y su proclividad irresistible a la disgregación, a la atomización, al cantonalismo regional, defecto éste que tanto contribuyó, junto con la lucha en "partidas" o "guerrillas" dispersas, como el mismo Estrabón observa, a que los romanos, y los carthagineses antes, pudieran hacerse dueños de toda la Península, aunque a costa de muchos años y muchas fatigas, como también reconoce el geógrafo.


Meme en honor a todas las humanidades cuando les dicen que el latín y el griego no sirven para nada

Sin embargo, hay distribuidas a lo largo de los cinco capítulos otras tantas digresiones que no tocan en nada o en muy poco el tema de Hispania, y producen en el lector una cierta curiosidad al respecto aunque te sacan un poco del asunto que trata. Hemos de exceptuar de estos juicios, el largo discurso dedicado al fenómeno de las mareas, discurso que le ocupa los párrafos quinto, octavo y noveno (en parte) del capítulo tercero, y que, pese a su interés verdaderamente científico, es evidente que podía haber ido mejor en los dos primeros libros, donde se habla de los fenómenos generales, dejando, por tanto, espacio libre a otras cosas más íntimamente relacionadas con Hispania, las cuales hubiéramos apreciado también.

Las otras cuatro digresiones son igual de curiosas pero puede que un poco más tediosas para el lector general. He aquí los temas: el tamaño del Sol a la hora de su ocaso en el horizonte oceánico (III, I, 5); el carácter fidedigno de los escritos homéricos sobre el lejano Occidente (III, 2, 12 y 13); el sentido de la palabra Stélai (Columnas; que sirve para hacer referencia a las Columnas de Heracles) aplicado a los extremos del mundo conocido o los fines y comienzos de una tierra (III, 5, 5 y 6), y, finalmente, la curiosa pero estéril discusión sobre los pozos gaditanos (III, 5, 7).

En cuanto a la extensa explicación, dedicada a los supuestos viajes a Iberia de ciertos personajes míticos, en la que Estrabón emplea dos largos párrafos del capítulo cuarto (III, 4, 3 y 4), se agradece que nos brinde unos datos curiosos sobre estas extrañas leyendas, que aunque tienen muy poco fondo histórico, son sin duda interesantes; pero hubiésemos preferido, con mucho, que el geógrafo, en lugar de ofrecernos estos bellos cuentos de eruditos y poetas imaginativos, nos hubiese obsequiado con noticias más extensas, e históricas, sobre la colonización griega en Iberia, a la que, salvo el fragmento dedicado a la fundación de Empórion, y alguno más referente a Rhóde o Hemeroskopeíon, no alude para nada, pasando por alto, sin duda, muchas cosas que él debía de saber, pero a las que no prestó atención o no dio importancia.

A modo de conclusión, me gustaría destacar la importancia que tuvo para nuestro autor la gran variedad de fuentes de las que pudo beber su obra, la cual supone una fuente primordial para nosotros los historiadores, tildada en alguna que otra ocasión como la “Biblia” sobre la antigüedad de la Península Ibérica y, sobre la cual, apenas se conocerían pocos datos anteriores a los romanos y cartaginenses si no fuera por el magnífico y muy oportuno afán de los antiguos griegos por documentar todo lo que veían y conocían.



[1] ésta, en su mayor extensión, es poco habitable, pues casi toda se halla cubierta de montes, bosques y llanuras de suelo pobre y desigualmente regado.” (Estrabón III, 1, 2)

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