La pintura francesa
A lo largo del siglo XVII, Francia va a ir convirtiéndose
de manera progresiva en la primera potencia europea. Esta hegemonía francesa
irá, a su vez, acompañada de una genial actividad artística, ya que el foco de
interés de los pintores va a cambiar de Italia a Francia, convirtiéndose el
Estado francés en el principal centro artístico.
Como pudimos ver en Italia, van a coexistir dos
tendencias en la plasmación artística de la pintura francesa del pleno Barroco:
una corriente realista y otra clasicista.
Por un lado, la corriente clasicista va a estar más
relacionada con el tenebrismo caravaggista y, por tanto, será más cercana a la
corriente pictórica barroca europea. Su principal representante fue George de
La Tour, cuya pintura se caracteriza por un tenebrismo puro, la representación
de uno o pocos personajes (que llenan el lienzo), un gran realismo y el uso del
fondo neutro. En su primera etapa, apostará por escenas que parecen diurnas, en
las que los fondos son neutros a base de tonos pardos; será también la época en
la que podremos observar un mayor realismo, como en sus obras Jerónimo o La
buenaventura. Sin embargo, en su segunda etapa, abogará por los contrastes
luminosos utilizando como foco de luz una vela encendida, generando focos
luminosos de tonos ocres y rojizos como en la Aparición del ángel a san José o
la Magdalena penitente.
Aparición del ángel a san José (1640). Georges de La Tour. |
Por otro lado, la corriente clasicista estuvo
influenciada, obviamente, por el clasicismo de los Carracci, destacando Nicolás
Poussin y Claudio de Lorena. Nicolás Poussin estuvo centrado en realizar un
dibujo racional, lleno de orden y serenidad, con el cual representaba paisajes
históricos con cierta imagen idílica de la antigua Roma, como en el Paisaje con
tres hombres. No obstante, Claudio de Lorena representaba paisajes
racionalistas e idealizados, pero el centro de sus composiciones era la luz,
como pasa en el Embarco en Ostia de santa Paula Romana.
El Rococó y la pintura galante
En la primera mitad del siglo XVIII, periodo final del
Barroco, denominado Rococó, la pintura evolucionó hacia un mayor decorativismo,
es decir, ya no era tan importante plasmar la realidad como deleitar la vista.
De este modo, la pintura prestó especial atención por la minuciosidad y lo anecdótico
mediante escenas agradables e idílicas con colores suaves y armoniosos. De este
modo, el paisaje empezó a ser conocido como un género pictórico per se, en
lugar de ser simplemente el fondo de la obra pictórica.
Francia fue el foco principal desde el que se extendió el
estilo rococó. Este nuevo estilo hizo desaparecer la pintura mural, que pasó a
pintarse en blanco, y encima se colgaban en los salones cuadros de pequeño
formato.
Diana saliendo del baño (1742). François Boucher |
Dentro de todo ese mundo pomposo, ganó gran relevancia la
llamada “pintura galante”. Esta pintura, pensada para la liberalidad de
costumbres de la alta sociedad francesa, se caracterizó por representar un
mundo desenfadado repleto de galanteos amorosos que servían para representar
escenas del siglo XVIII como mitología clásica. La “pintura galante”, a nivel estético,
estuvo marcada por el uso de tonos claros y ambientes luminosos, lo que daba un
aspecto agradable a las composiciones.
Peregrinación a la isla de Citera (1717). Jean-Antoine Watteau. |
Los principales representantes de la “pintura galante”
fueron: Jean-Antoine Watteau, recordado por su obra Embarque para Citera y su
fondo que se difumina en forma de bruma, dando un aire misterioso; François
Boucher (pintor de moda de la corte francesa), cuyos cuadros de pequeño formato
destinados a los palacetes (que llevaban un estudio preciso de los parámetros de
su colocación), representaba a las diosas con carácter sensual como en Diana
saliendo del baño; Jean-Honore Fragonard (último representante de la
corriente), que hacía uso de una genial pincelada suelta acompañada con colores
ricos, y tenía cuadros en los que mostraba su gusto por el movimiento como en
El columpio.
La pintura inglesa: el retrato
A pesar de que Inglaterra hasta el siglo XVIII no podía
ser considerada como un centro de la pintura europea, será en este siglo en el
que desarrollarían una importante escuela pictórica centrada en el género del
retrato.
Los principales artistas que cultivaron este género
fueron: William Hogarth, recordado por su manera de ironizar sobre las
costumbres de la época y su estilo agradable; Joshua Reynolds, que tenía un
estilo refinado y elegante con cierto aire idealista; Thomas Gainsborough,
retratista de gran elegancia y naturalidad en su obra, en la cual es frecuente
ver representada la campiña inglesa, aunque también retrató niños.
Barroco español. Los pintores valencianos
En la pintura barroca española predominó el carácter
naturalista y tenebrista, ya que aquí no se desarrolló ninguna corriente
clasicista y decorativa como la de los Carracci en Italia. Aunque sí que se
realizaron algunos frescos como los de Lucas Jordán, que ya hemos nombrado
anteriormente. Las inspiraciones vinieron de grabados flamencos e italianos, de
los cuales extrajeron composiciones, aunque no lograron alcanzar un dominio
estético de las escenas de gran movimiento (lo que no quiere decir que el valor
estético y artístico sea menor, ni mucho menos).
Apoteosis de la Monarquía Hispánica (o de los Austrias) (1693). Lucas Jordán. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. |
La temática de la pintura española fue, principalmente,
de carácter religioso, y aunque sí que hubo escenas mitológicas, estas fueron
menos abundantes. Los valores que dominaron esta pintura religiosa fueron el
ascetismo y el misticismo, ya que el milagro se representaba como algo común,
sin nada extraordinario que indicara que eso fuera un acto divino. Pero, no nos
olvidemos del retrato, un género que, sin ser abundante, también tuvo mucha relevancia
y una gran calidad. Además, también encontraremos bodegones a la moda europea,
inspirados por la Cesta de fruta de Caravaggio y los tópicos pesimistas y
vanidosos (memento mori y vanitas vanitatis).
Los pintores valencianos se van a caracterizar, o más
bien, van a tener en común una gran maestría para plasmar el naturalismo de sus
escenas.
Francisco Ribalta, formado en El Escorial, se trasladó a
Valencia, donde pasó de la estética manierista en la que se formó a adoptar una
técnica tenebrista, en la cual también influye su viaje a Italia en 1616.
La aparición del ángel y el Cordero a san Francisco (hacia 1620). Francisco Ribalta. |
Sus influencias pictóricas van a dotar a la obra de
Ribera de un fuerte naturalismo y una iluminación con marcados contrastes
lumínicos que emplea para resaltar los volúmenes. Destacan sus obras La
aparición del ángel y el Cordero a san Francisco y Cristo abrazando a san
Bernardo.
Cristo abrazando a san Bernardo (1625-1627). Francisco Ribalta. |
El segundo pintor valenciano que merece especial atención
es José de Ribera, más conocido como Il Spagnoletto. Esto se debe a que era originario
de Xàtiva (Valencia), realizó su formación en Valencia para luego ir
trasladándose a Roma e inmediatamente a Nápoles, donde se estableció hasta su
muerte en 1652.
Dado que se trasladó a Nápoles, territorio de la Corona
Hispánica, tuvo mayor libertad a la hora de realizar distintos tipos de
pinturas. Podemos ver desde pinturas que atestiguan enfermedades y rarezas
(como La mujer barbuda o El patizambo) hasta temas mitológicos, siempre
tratados de manera realista. Pero tampoco nos olvidemos de sus pinturas dedicadas
a los sabios de la Antigüedad, que eran representados como personas normales y
corrientes, como es el caso de su Arquímedes.
Arquímedes (1630). José de Ribera. Según algunas teorías más modernas, probablemente no se trate de Arquímedes y apuestan por Demócrito, ya que a este se le conoce como "el filósofo que ríe". |
La obra del valenciano José de Ribera conoció tres
etapas:
-
La primera
(1620-1635), donde conoció la pintura de Caravaggio y adopta su estética
tenebrista, pero utiliza un foco de luz que incide de manera diagonal en sus
figuras, y emplea una pasta espesa y rugosa. Esto se ve en San Andrés y San
Onofre, ya que la pasta sirve para poder representar la rugosidad de la piel.
San Andrés (1635). José de Ribera. |
-
La segunda
(1635-1640), donde recibe influencias de la pintura veneciana y disminuye sus
efectos tenebristas, haciendo que predominen los colores más claros y variados.
En esta etapa muestra un interés por los análisis del paisaje y de la atmósfera
así como atisbamos un uso de la pincelada más suelta, lo que vemos en su
Martirio de san Felipe o El sueño de Jacob.
-
La tercera
(1640-1652), donde vuelve al tenebrismo pero mantiene su sentido colorista y el
uso de la pincelada suelta de su etapa anterior. Un ejemplo de esto lo veríamos
en La comunión de los apóstoles.
Barroco español. La escuela andaluza
La conocida como escuela andaluza de pintores españoles
del Barroco recoge a muchos pintores con estilos muy distintos cuyo nexo común
es su formación o el desarrollo de su labor pictórica en Sevilla. Tenemos a
Francisco de Zurbarán, Alonso Cano, Bartolomé Esteban Murillo, Juan Valdés Leal
y a Velázquez. Hoy hablaremos de los primeros, ya que a Velázquez le reservamos
en el blog un monográfico.
Francisco de Zurbarán era originario de Fuente de Cantos,
una localidad de Badajoz, pero su formación la desarrolló en Sevilla. Aunque
también trabajó en Madrid llamado por Velázquez para hacer una colaboración en
el Palacio del Buen Retiro. Su estilo está caracterizado por un dibujo muy
preciso y un sentido realista. A nivel estético fue bastante ambivalente, ya
que realizó obras tenebristas pero también cultivó un estilo marcado por
colores llamativos (para anunciar una aparición divina). Aun así, podemos
observar en su obra cómo los fondos y la perspectiva no resultan tan
importantes.
En sus pinturas de carácter religioso, desarrolla un
gusto por representar órdenes religiosas (pinturas que se han convertido en un
testimonio de la vida monástica y conventual del siglo XVII). Un genial ejemplo
lo tenemos en San Hugo en el refectorio de los Cartujos.
San Hugo en el refectorio de los Cartujos (hacia 1655). Francisco de Zurbarán. |
En la colaboración con Velázquez (en 1634) para el
Palacio del Buen Retiro realizó dos cuadros de historia y una serie mitológica
con los Trabajos de Hércules. De los primeros solo se conserva La defensa de
Cádiz frente a los ingleses.
Serie mitológica de los Trabajos de Hércules para el Palacio del Buen Retiro. Francisco de Zurbarán. |
También desarrolló la retratística, dándole mucha
importancia a la representación de las telas, a las posturas y a la
interioridad personal expresada con los rostros. Sobre todo, este retrato fue
destinado a damas retratadas como santas, como Santa Marina o Santa Casilda.
Santa Casilda (1630-1635). Francisco de Zurbarán. |
Son de gran importancia los bodegones, representados con
la misma austeridad monacal. En ellos, se colocan objetos sobre una mesa en
fila, sobre los cuales hay una iluminación tenebrista que muestra sus
calidades, como en el Bodegón de cacharros.
Bodegón de cacharros (1650). Francisco de Zurbarán. |
El siguiente es Alonso Cano, que ya os debe de sonar por
la imaginería. Como pintor se formó en la estética tenebrista, pero tuvo
múltiples influencias al trasladarse a Madrid (como Velázquez y las obras de la
colección real) que acabaron por dulcificar su estilo haciéndolo más cercano a
la pintura veneciana. Así pues, se centrará sobre todo en la temática
religiosa, como en El milagro del pozo.
El milagro del pozo (1638-1640). Alonso Cano. |
Bartolomé Esteban Murillo sí que vivió y desarrolló
plenamente su obra en Sevilla, a excepción de una estancia de dos años en
Madrid (1658-1660). Fue un pintor realista que se alejó del tenebrismo, dio a
sus cuadros una atmósfera vaporosa y añadió personajes elegantes y frágiles.
Podemos dividir su obra en dos temáticas:
-
Los temas religiosos
(de óptica contrarreformista) de estilo sencillo y amable. Los protagonistas de
sus obras van a ser personas populares, tratadas con gran elegancia. Entre sus
obras de esta temática destacan las sublimes pinturas de la Inmaculada
Concepción y Jesús Niño como El Buen Pastor.
Inmaculada Concepción (1645-1655). Bartolomé Esteban Murillo. |
-
Su segunda temática
es más picaresca, a la moda novelística de la época, en la cual representaba a
niños de la calle con un aspecto deplorable y en unas condiciones terribles.
Sinceramente, parece que estos jóvenes tienen que robar para subsistir. Esto lo
vemos en sus Niños comiendo pastel o Niños comiendo fruta.
Niños comiendo pastel (1670-1675). Bartolomé Esteban Murillo. |
Por último, tenemos a Juan Valdés Leal, también de
Sevilla. Puede que cuando queramos explicar la mentalidad del siglo XVII y el
ambiente del mismo, recurramos sin dudarlo a sus pinturas. Su obra se
caracteriza por buscar la expresividad por encima de la belleza, todo a través
de un magnífico uso del color. Este dinamismo de carácter tétrico logra ocultar
pequeños errores en sus composiciones. Sus pinturas más conocidas pertenecen a
la serie de las Postimetrías, que se relacionan con la literatura mística
española del período, entre las cuales destacamos El triunfo de la muerte o
Finis Gloriae Mundi.
El triunfo de la muerte (1672). Juan Valdés Leal. |
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