martes, 3 de marzo de 2020

Pintura barroca (II): Francia, Inglaterra y España


La pintura francesa

A lo largo del siglo XVII, Francia va a ir convirtiéndose de manera progresiva en la primera potencia europea. Esta hegemonía francesa irá, a su vez, acompañada de una genial actividad artística, ya que el foco de interés de los pintores va a cambiar de Italia a Francia, convirtiéndose el Estado francés en el principal centro artístico.

Como pudimos ver en Italia, van a coexistir dos tendencias en la plasmación artística de la pintura francesa del pleno Barroco: una corriente realista y otra clasicista.

Por un lado, la corriente clasicista va a estar más relacionada con el tenebrismo caravaggista y, por tanto, será más cercana a la corriente pictórica barroca europea. Su principal representante fue George de La Tour, cuya pintura se caracteriza por un tenebrismo puro, la representación de uno o pocos personajes (que llenan el lienzo), un gran realismo y el uso del fondo neutro. En su primera etapa, apostará por escenas que parecen diurnas, en las que los fondos son neutros a base de tonos pardos; será también la época en la que podremos observar un mayor realismo, como en sus obras Jerónimo o La buenaventura. Sin embargo, en su segunda etapa, abogará por los contrastes luminosos utilizando como foco de luz una vela encendida, generando focos luminosos de tonos ocres y rojizos como en la Aparición del ángel a san José o la Magdalena penitente.
Aparición del ángel a san José (1640). Georges de La Tour.

Por otro lado, la corriente clasicista estuvo influenciada, obviamente, por el clasicismo de los Carracci, destacando Nicolás Poussin y Claudio de Lorena. Nicolás Poussin estuvo centrado en realizar un dibujo racional, lleno de orden y serenidad, con el cual representaba paisajes históricos con cierta imagen idílica de la antigua Roma, como en el Paisaje con tres hombres. No obstante, Claudio de Lorena representaba paisajes racionalistas e idealizados, pero el centro de sus composiciones era la luz, como pasa en el Embarco en Ostia de santa Paula Romana.
Embarco en Ostia de santa Paula Romana (1637-1639). Claudio de Lorena.
Los paisajes de Lorena muestran fuertes efectos de contraluz y tonalidades doradas suavizadas por la bruma. Estas composiciones logran una gran profundidad a través de la perspectiva lineal de los edificios combinada genialmente con la perspectiva aérea creando un ambiente brumoso y una contraluz que va difuminando las figuras hacia el fondo. 

El Rococó y la pintura galante

En la primera mitad del siglo XVIII, periodo final del Barroco, denominado Rococó, la pintura evolucionó hacia un mayor decorativismo, es decir, ya no era tan importante plasmar la realidad como deleitar la vista. De este modo, la pintura prestó especial atención por la minuciosidad y lo anecdótico mediante escenas agradables e idílicas con colores suaves y armoniosos. De este modo, el paisaje empezó a ser conocido como un género pictórico per se, en lugar de ser simplemente el fondo de la obra pictórica.

Francia fue el foco principal desde el que se extendió el estilo rococó. Este nuevo estilo hizo desaparecer la pintura mural, que pasó a pintarse en blanco, y encima se colgaban en los salones cuadros de pequeño formato.
Diana saliendo del baño (1742). François Boucher

Dentro de todo ese mundo pomposo, ganó gran relevancia la llamada “pintura galante”. Esta pintura, pensada para la liberalidad de costumbres de la alta sociedad francesa, se caracterizó por representar un mundo desenfadado repleto de galanteos amorosos que servían para representar escenas del siglo XVIII como mitología clásica. La “pintura galante”, a nivel estético, estuvo marcada por el uso de tonos claros y ambientes luminosos, lo que daba un aspecto agradable a las composiciones.
Peregrinación a la isla de Citera (1717). Jean-Antoine Watteau.

Los principales representantes de la “pintura galante” fueron: Jean-Antoine Watteau, recordado por su obra Embarque para Citera y su fondo que se difumina en forma de bruma, dando un aire misterioso; François Boucher (pintor de moda de la corte francesa), cuyos cuadros de pequeño formato destinados a los palacetes (que llevaban un estudio preciso de los parámetros de su colocación), representaba a las diosas con carácter sensual como en Diana saliendo del baño; Jean-Honore Fragonard (último representante de la corriente), que hacía uso de una genial pincelada suelta acompañada con colores ricos, y tenía cuadros en los que mostraba su gusto por el movimiento como en El columpio.
 
El columpio (1768). Jean-Honore Fragonard

La pintura inglesa: el retrato

A pesar de que Inglaterra hasta el siglo XVIII no podía ser considerada como un centro de la pintura europea, será en este siglo en el que desarrollarían una importante escuela pictórica centrada en el género del retrato.
El señor y la señora Andrews (1750). Thomas Gainsborough.
En los retratos ingleses destaca la gran elegancia con la que se representan los personajes de la nobleza y de la alta burguesía, en muchos casos ubicados en plena naturaleza.

Los principales artistas que cultivaron este género fueron: William Hogarth, recordado por su manera de ironizar sobre las costumbres de la época y su estilo agradable; Joshua Reynolds, que tenía un estilo refinado y elegante con cierto aire idealista; Thomas Gainsborough, retratista de gran elegancia y naturalidad en su obra, en la cual es frecuente ver representada la campiña inglesa, aunque también retrató niños.

Barroco español. Los pintores valencianos

En la pintura barroca española predominó el carácter naturalista y tenebrista, ya que aquí no se desarrolló ninguna corriente clasicista y decorativa como la de los Carracci en Italia. Aunque sí que se realizaron algunos frescos como los de Lucas Jordán, que ya hemos nombrado anteriormente. Las inspiraciones vinieron de grabados flamencos e italianos, de los cuales extrajeron composiciones, aunque no lograron alcanzar un dominio estético de las escenas de gran movimiento (lo que no quiere decir que el valor estético y artístico sea menor, ni mucho menos).
Apoteosis de la Monarquía Hispánica (o de los Austrias) (1693). Lucas Jordán. Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

La temática de la pintura española fue, principalmente, de carácter religioso, y aunque sí que hubo escenas mitológicas, estas fueron menos abundantes. Los valores que dominaron esta pintura religiosa fueron el ascetismo y el misticismo, ya que el milagro se representaba como algo común, sin nada extraordinario que indicara que eso fuera un acto divino. Pero, no nos olvidemos del retrato, un género que, sin ser abundante, también tuvo mucha relevancia y una gran calidad. Además, también encontraremos bodegones a la moda europea, inspirados por la Cesta de fruta de Caravaggio y los tópicos pesimistas y vanidosos (memento mori y vanitas vanitatis).

Los pintores valencianos se van a caracterizar, o más bien, van a tener en común una gran maestría para plasmar el naturalismo de sus escenas.

Francisco Ribalta, formado en El Escorial, se trasladó a Valencia, donde pasó de la estética manierista en la que se formó a adoptar una técnica tenebrista, en la cual también influye su viaje a Italia en 1616.
La aparición del ángel y el Cordero a san Francisco (hacia 1620). Francisco Ribalta.

Sus influencias pictóricas van a dotar a la obra de Ribera de un fuerte naturalismo y una iluminación con marcados contrastes lumínicos que emplea para resaltar los volúmenes. Destacan sus obras La aparición del ángel y el Cordero a san Francisco y Cristo abrazando a san Bernardo.
Cristo abrazando a san Bernardo (1625-1627). Francisco Ribalta.

El segundo pintor valenciano que merece especial atención es José de Ribera, más conocido como Il Spagnoletto. Esto se debe a que era originario de Xàtiva (Valencia), realizó su formación en Valencia para luego ir trasladándose a Roma e inmediatamente a Nápoles, donde se estableció hasta su muerte en 1652.

Dado que se trasladó a Nápoles, territorio de la Corona Hispánica, tuvo mayor libertad a la hora de realizar distintos tipos de pinturas. Podemos ver desde pinturas que atestiguan enfermedades y rarezas (como La mujer barbuda o El patizambo) hasta temas mitológicos, siempre tratados de manera realista. Pero tampoco nos olvidemos de sus pinturas dedicadas a los sabios de la Antigüedad, que eran representados como personas normales y corrientes, como es el caso de su Arquímedes.
Arquímedes (1630). José de Ribera.
Según algunas teorías más modernas, probablemente no se trate de Arquímedes y apuestan por Demócrito, ya que a este se le conoce como "el filósofo que ríe".

La obra del valenciano José de Ribera conoció tres etapas:
-          La primera (1620-1635), donde conoció la pintura de Caravaggio y adopta su estética tenebrista, pero utiliza un foco de luz que incide de manera diagonal en sus figuras, y emplea una pasta espesa y rugosa. Esto se ve en San Andrés y San Onofre, ya que la pasta sirve para poder representar la rugosidad de la piel.
San Andrés (1635). José de Ribera.

-          La segunda (1635-1640), donde recibe influencias de la pintura veneciana y disminuye sus efectos tenebristas, haciendo que predominen los colores más claros y variados. En esta etapa muestra un interés por los análisis del paisaje y de la atmósfera así como atisbamos un uso de la pincelada más suelta, lo que vemos en su Martirio de san Felipe o El sueño de Jacob.
El sueño de Jacob (1639). José de Ribera.
Tanto esta como otras de sus obras podemos ver como las han ensalzado en su Xàtiva natal a modo de homenaje a través de una gran pintura mural en una pared cercana al Colegio Attilo Bruschetti realizados por José Antonio Espinar. 

-          La tercera (1640-1652), donde vuelve al tenebrismo pero mantiene su sentido colorista y el uso de la pincelada suelta de su etapa anterior. Un ejemplo de esto lo veríamos en La comunión de los apóstoles.
 
La comunión de los apóstoles (1638-1651). José de Ribera.

Barroco español. La escuela andaluza

La conocida como escuela andaluza de pintores españoles del Barroco recoge a muchos pintores con estilos muy distintos cuyo nexo común es su formación o el desarrollo de su labor pictórica en Sevilla. Tenemos a Francisco de Zurbarán, Alonso Cano, Bartolomé Esteban Murillo, Juan Valdés Leal y a Velázquez. Hoy hablaremos de los primeros, ya que a Velázquez le reservamos en el blog un monográfico.

Francisco de Zurbarán era originario de Fuente de Cantos, una localidad de Badajoz, pero su formación la desarrolló en Sevilla. Aunque también trabajó en Madrid llamado por Velázquez para hacer una colaboración en el Palacio del Buen Retiro. Su estilo está caracterizado por un dibujo muy preciso y un sentido realista. A nivel estético fue bastante ambivalente, ya que realizó obras tenebristas pero también cultivó un estilo marcado por colores llamativos (para anunciar una aparición divina). Aun así, podemos observar en su obra cómo los fondos y la perspectiva no resultan tan importantes.

En sus pinturas de carácter religioso, desarrolla un gusto por representar órdenes religiosas (pinturas que se han convertido en un testimonio de la vida monástica y conventual del siglo XVII). Un genial ejemplo lo tenemos en San Hugo en el refectorio de los Cartujos.
San Hugo en el refectorio de los Cartujos (hacia 1655). Francisco de Zurbarán.

En la colaboración con Velázquez (en 1634) para el Palacio del Buen Retiro realizó dos cuadros de historia y una serie mitológica con los Trabajos de Hércules. De los primeros solo se conserva La defensa de Cádiz frente a los ingleses.
Serie mitológica de los Trabajos de Hércules para el Palacio del Buen Retiro. Francisco de Zurbarán.

También desarrolló la retratística, dándole mucha importancia a la representación de las telas, a las posturas y a la interioridad personal expresada con los rostros. Sobre todo, este retrato fue destinado a damas retratadas como santas, como Santa Marina o Santa Casilda.
Santa Casilda (1630-1635). Francisco de Zurbarán.

Son de gran importancia los bodegones, representados con la misma austeridad monacal. En ellos, se colocan objetos sobre una mesa en fila, sobre los cuales hay una iluminación tenebrista que muestra sus calidades, como en el Bodegón de cacharros.
Bodegón de cacharros (1650). Francisco de Zurbarán.

El siguiente es Alonso Cano, que ya os debe de sonar por la imaginería. Como pintor se formó en la estética tenebrista, pero tuvo múltiples influencias al trasladarse a Madrid (como Velázquez y las obras de la colección real) que acabaron por dulcificar su estilo haciéndolo más cercano a la pintura veneciana. Así pues, se centrará sobre todo en la temática religiosa, como en El milagro del pozo.
El milagro del pozo (1638-1640). Alonso Cano.

Bartolomé Esteban Murillo sí que vivió y desarrolló plenamente su obra en Sevilla, a excepción de una estancia de dos años en Madrid (1658-1660). Fue un pintor realista que se alejó del tenebrismo, dio a sus cuadros una atmósfera vaporosa y añadió personajes elegantes y frágiles. Podemos dividir su obra en dos temáticas:

-          Los temas religiosos (de óptica contrarreformista) de estilo sencillo y amable. Los protagonistas de sus obras van a ser personas populares, tratadas con gran elegancia. Entre sus obras de esta temática destacan las sublimes pinturas de la Inmaculada Concepción y Jesús Niño como El Buen Pastor.
Inmaculada Concepción (1645-1655). Bartolomé Esteban Murillo.

-          Su segunda temática es más picaresca, a la moda novelística de la época, en la cual representaba a niños de la calle con un aspecto deplorable y en unas condiciones terribles. Sinceramente, parece que estos jóvenes tienen que robar para subsistir. Esto lo vemos en sus Niños comiendo pastel o Niños comiendo fruta.
Niños comiendo pastel (1670-1675). Bartolomé Esteban Murillo.

Por último, tenemos a Juan Valdés Leal, también de Sevilla. Puede que cuando queramos explicar la mentalidad del siglo XVII y el ambiente del mismo, recurramos sin dudarlo a sus pinturas. Su obra se caracteriza por buscar la expresividad por encima de la belleza, todo a través de un magnífico uso del color. Este dinamismo de carácter tétrico logra ocultar pequeños errores en sus composiciones. Sus pinturas más conocidas pertenecen a la serie de las Postimetrías, que se relacionan con la literatura mística española del período, entre las cuales destacamos El triunfo de la muerte o Finis Gloriae Mundi.


El triunfo de la muerte (1672). Juan Valdés Leal.

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