viernes, 28 de febrero de 2020

Pintura barroca (I): Italia, Flandes y Holanda

“La teatralidad [de las manchas de luz y sombra] es arbitraria; el ritmo, conseguido por los encuentros y desencuentros de claros y oscuros, dinamiza la escena. El drama se ha desencadenado, lo imaginario del acontecer atenta contra la nitidez estructural de las imágenes protagonistas: el gesto pierde sugerencia al resolverse en acción.[…] Está comprobado que el siglo XVII tiende a ser (especialmente en pintura) eminentemente teatral; la misma aparición del drama proporcionada por el claroscuro se encarga de demostrarlo” (López Chuhurra, Osvaldo: Estética de los elementos plásticos. Argentina, Publikar, 1996)

Características de la pintura barroca

La pintura, como el resto de las artes barrocas, se va a prestar de igual manera a la persuasión y teatralidad escenográfica. Como pasó en otros casos, el punto de partida fue un manierismo inicial que acabó derivando en una búsqueda del naturalismo, para así poder representar a las figuras lo más cercanas a la realidad, bañadas de una intensa luz para definir los volúmenes y representar el espacio o la atmósfera. Ernst Gombrich vino a decir que, a diferencia de lo que mucha gente atribuye al Barroco como una época oscura como sus pinturas, fue una época en la que supieron tratar la luz como nunca se había hecho. Barroco no es sinónimo de oscuridad, el Barroco es luz.

En cuanto a la exaltación del poder religioso, Trento y la Contrarreforma llevaron a una exaltación iconográfica de los temas más atascados para los luteranos: dígase la Inmaculada Concepción, la exaltación de la Eucaristía o los santos. El realismo servía para acercar los temas a los fieles, hacerlos próximos a ellos.

Además, seguiremos viendo una exaltación del poder monárquico, típico de los monarcas absolutistas, a través de los retratos de los monarcas y la familia real, la pintura histórica (con momentos épicos que destacasen el poder del monarca) o la pintura mitológica (con temas cuya simbología alaba a la monarquía).

Por otro lado, también podremos encontrar una pintura profana, que desarrollará el género costumbrista en torno a escenas que representen la vida diaria de la burguesía, aunque estos temas podremos encontrarlos más en zonas de influencia protestante.

Volviendo al tema de la luz, vislumbraremos una evolución del trato que se le da a la misma a lo largo del período barroco: en un principio, se definirán planos de luz y sombra fuertemente contrastados, en el que las figuras quedarán a oscuras pero iluminadas por un fuerte haz de luz, lo que conocemos como tenebrismo; luego, dicha luz pasó a usarse para representar perspectivas aéreas, haciendo que se suavizasen los contrastes luz-sombra y haciendo de esta una luz casi vaporosa.

En cuanto al uso del color, se le dio una gran importancia, influenciados por la pintura veneciana, usando unos colores cálidos relacionados con la fogosidad y la pasión del Barroco. Además, fue común el empleo de la pincelada suelta, lo que producía contornos poco definidos, lo que hacía que las figuras se fundiesen en el ambiente.

Por último, la composición de las escenas enfatizó el uso de la diagonal para con ella transmitir una sensación de inestabilidad que propicia la idea de movimiento. Y, a pesar de que encontraremos muchas pinturas al óleo, este período se caracterizó la pintura decorativa al fresco para aquellos sitios donde quedasen bien plasmados los ideales de persuasión y teatralidad.

La pintura italiana: el tenebrismo

El primer autor del que hablaremos será Michelangelo Merisi, más conocido por todos como Caravaggio. Este pintor se fue apartando del manierismo en el cual se había formado para lograr un estilo realista definido como naturalismo, donde además usó el claroscuro con contrastes fuertes de luz y sombra. Es por este motivo que su estilo se conoce como tenebrismo.
Cesto de frutas (hacia 1597). Caravaggio. Esta obra representa otro de los géneros desarrollados en el Barroco, el bodegón, un tipo de pintura alejada de las connotaciones persuasivas de los géneros religioso y monárquico. Pero como suele decirse, el diablo se esconde en los detalles, puesto que si nos paramos a mirarlo veremos como toda esta fruta se encuentra en malas condiciones, haciendo referencia al tópico del Memento mori (recuerda que vas a morir).

A Caravaggio le gustaba hacer representaciones de personajes religiosos y mitológicos de manera natural, es decir, sin un ápice de idealización. Sus personajes van a ser tan humanos que pondrán la santidad al alcance de cualquiera, lo cual no le valdrá pocas críticas, ya que en muchas ocasiones usaba de modelos a gente asidua de las tabernas que frecuentaba.

Podemos hablar de tres etapas en su producción artística:
- Caravaggio se formó en Milan, pero en 1593 se trasladó a Roma, donde continuaría formándose en la estética manierista. De esta época encontramos el que es el primer bodegón o “naturaleza muerta”, el conocido como Cesto de frutas (hacia 1597), con un realismo casi fotográfico, realzado por la luz y ese fondo neutro monocromático. También pertenecerán a esta época los lienzos de Baco enfermo y Baco joven, posibles autorretratos del artista, donde se desmitifica la figura de este dios, tratándolo con aspecto burlesco.

- Hacia el año 1600 supera su etapa manierista. Buena prueba de ello lo da La cena de Emaús, en los cuales anuncia el claroscuro y presenta fuertes escorzos hacia el espectador. La vocación de san Mateo ya será una obra plenamente tenebrista, donde además juega con los fondos y la luz para confundir al espectador y no saber si están dentro o fuera de una taberna, que dicen podría ubicarse en Roma. Al realismo de la obra se suma el rayo de luz que ilumina la escena ante un fondo oscuro. En la Crucifixión de san Pedro representa la cruda realidad de una crucifixión, con posturas vulgares con las cuales expresa el dolor. También destacará la Conversión de san Pablo con rasgos similares a los anteriores.
Crucifixión de san Pedro (1600-1601). Caravaggio. El personaje en primer plano presenta un acusado escorzo, destacando el realismo de sus pies, típicos de una persona que anda descalza. Además, la composición la forman dos diagonales.

- En mayo de 1606 tuvo que huir a Roma con lo puesto como aquel que dice, puesto que mató a un hombre en un duelo con espada, emprendiendo un periplo por Nápoles, Malta, Sicilia y de nuevo a Nápoles. En esta última etapa, acrecentó el sentido de realismo dramático y los contrastes de luz, como muestra la Degollación del Bautista o David con la cabeza de Goliat.
David con la cabeza de Goliat (1609-1610). Caravaggio


La pintura italiana: el clasicismo, la pintura decorativa y las vedute.

En Bolonia (Italia), la reacción frente al manierismo fue totalmente distinta. Al ser esta una ciudad universitaria, se vio influenciada por los centros pictóricos renacentistas de Umbria, Parma, Florencia y Venecia.

Esta pintura se orientó hacia el naturalismo, pero con una cierta idealización. Se inició así un interés por representar la naturaleza con un estilo más clasicista, que entremezclaba elementos reales con elementos dignos de un paisaje ideal. Aun así, se siguieron cultivando tanto escenas religiosas como mitológicas, pero siguiendo este patrón.

Esta tendencia clasicista surgió a finales del siglo XVI de la mano de la familia Carracci, que adoptó el dibujo de Miguel Angel, la composición y clasicismo de Rafael, y el color de los venecianos, lo que les valió el adjetivo de eclécticos. Pero no nos engañemos, no copiaban a sus predecesores, sino que tomaron sus aportaciones para crear un estilo propio.
Martirio de San Esteban (1603-1604). Annibale Carracci.

Los Carraci fundaron una academia para formar artistas en las técnicas y aspectos literarios y humanísticos, para que así recibieran una educación completa. En ella se formó un gran número de artistas, entre los cuales destaca Guido Reni.

Otra técnica muy utilizada de manera sistemática en el Barroco fueron los frescos, con los que decoraron las bóvedas de las iglesias con temas religiosos, y los palacios con temas mitológicos.

Estos frescos generaban lo que se conoce como trampantojo, lo que consiste en un engaño al ojo humano pintando formas arquitectónicas en perspectiva para crear perspectiva y profundidad. El formato sobre el que se realizaba el trampantojo se conoce como cuadratura, y requiere grandes conocimientos matemáticos. Las figuras se posicionan a modo de escorzo para potenciar la profuncidad.
Los amores de los dioses (1597). Annibale Carracci. Los Carracci también representaron pinturas al fresco, en las que mantuvieron influencias manieristas a la vez que representaban un estilo clasicista.

El segundo subgrupo de la pintura italiana se conoce como pintura decorativa y se desarrolló en la segunda mitad del siglo XVII, siguiendo los presupuestos anunciados por el Renacimiento veneciano. Entre otros, vamos a destacar a dos artistas:

Pietro da Cortona, el primer gran artista de esta tendencia, manifestó en su estilo rasgos clasicistas con influencias claras de Veronés y la pintura flamenca. Se le conoce por realizar las bóvedas de los palacios Barberini y Pamphili en Roma, y el Palazzo Pitti de Florencia.
Alegoría de la Divina Providencia (1633-1639). Pietro da Cortona. Bóveda del Palacio Barberini (Roma)

Luca Giordano fue otro pintor con gran similitud con el anterior que supo configurar un estilo decorativo, alegre y de gran efectividad teatral. Entre sus obras destacan: la galería del Palacio Médici-Riccardi (Florencia) y la capilla del Tesoro de la cartuja de San Martino (Nápoles). Además, entre 1692 y 1700, viajó a España, donde conocido como Lucas Jordán, intervino en las bóvedas del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
La gloria de la Monarquía Hispánica. Frescos en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (1692-1700). Luca Giordano.

Con la llegada del siglo XVIII, la pintura italiana pasó a un segundo plano frente a la francesa. Es entonces cuando Venecia empieza a destacar. Giambattista Tiépolo fue un gran pintor de la pintura decorativa veneciana del momento, cuyo estilo nos recuerda más al Rococó al utilizar tonos delicados y luminosos, a los cuales añadía un uso de la perspectiva y de la técnica del trampantojo. Sus obras las encontraremos en Venecia, en la Residencia de Wurzburgo (Alemania) y en el Palacio Real de Madrid (España), ciudad en la que falleció.
Apoteosis de la Monarquía Hispánica (1762-1766). Giambattista Tiépolo. Palacio Real de Madrid.

Por otro lado, en Venecia se desarrolló otro género pictórico conocido bajo el nombre de vedute. Se trata de vistas de la ciudad de Venecia representadas con un gran realismo y una enorme minuciosidad, envuelta en tonos de luz agradables.

Los 3 cultivadores de este género pictórico serían: Antonio Canal, Il Canaletto, que mostraba sus edificios con una gran riqueza cromática y un dibujo minucioso (como en La aduana de Venecia); Francesco Guardi, con una pincelada más suelta y centrado en representar festividades (como en la fiesta del Bucentauro saliendo del Arenal de Venecia); Pietro Longhi, que representaba escenas de la vida diaria en la ciudad de Venecia (como en El locutorio de las monjas).
Una regata en el Gran Canal de Venecia (hacia 1740). Antonio Canal, Il Canaletto.

La pintura flamenca

Desde el siglo XV, Bélgica y Holanda habían sido dos zonas con una gran y fructífera producción pictórica. A causa de las Guerras de Religión, estos dos territorios sufrieron una escisión basada en sus creencias religiosas entre Flandes y Holanda que se reflejó en su arte.

En Flandes, de religión católica, existía un dominio de la sociedad aristocrática, por lo que la pintura (de lienzos de gran formato) va a ir destinada a dos centros principales:
- A las iglesias, dominando, por lo tanto escenas religiosas (asuntos más atacados por los luteranos).
- A los palacios aristocráticos, con un predominio de temas mitológicos y cultivando un retrato de carácter áulico.

Peter Paul Rubens (no me traduzcáis el nombre como Pedro Pablo Rubens, que lo he visto y duele a la vista) nació en Westfalia en 1577, donde su familia estaba desterrada, pero siendo niño regresó a Amberes, donde se formó en un ambiente influido por un manierismo italianizante.

En 1600, viajó a Italia, donde pudo empaparse de todos los grandes artistas del Cinquecento así como de los artistas del momento (Caravaggio y los Carracci). Cuando regresó a Flandes se dedicó, además de a ser pintor de la corte, a ser diplomático, lo que le llevó a viajar por España (Felipe IV se entrevistó con él y dejó una carta al respecto), Francia e Inglaterra, lo que aprovechó para difundir sus lienzos por estas cortes.
"Me molesta que hayáis mezclado a un pintor en cuestiones de tan extrema importancia, y, además, podéis comprender fácilmente cuán gravemente se compromete con ello la dignidad de mi reino, pues nuestro prestigio quedará necesariamente en entredicho si hacemos de un hombre de tan baja condición el representante con quien embajadores extranjeros deberán tratar asuntos tan graves" (Felipe IV: Carta a Isabel Clara Eugenia, archiduquesa de Flandes, 1625-1628)

Su obra va a estar marcada por un colorido vivo de raíz veneciana (que nos recuerda a Tiziano), pero también observaremos un movimiento y una vitalidad en sus cuadros marcados por un genial uso de la diagonal en sus composiciones y la ampulosidad de las figuras (le gustaba representar gente “curvy”). También cabe destacar su genial uso de la perspectiva aérea y la pincelada suelta.

Rubens desarrolló tanto pintura religiosa como mitológica, es decir, pintaba para todos gustos. Esto se debe a que como diplomático que era se sabía vender muy bien y tenía facilidad para agradar.
Adoración de los Reyes Magos. (Arriba: 1609/1628-1629; Abajo: 1624) Peter Paul Rubens

Entre sus temas religiosos, vemos como representa la grandiosidad y la opulencia tan típicas de las cortes barrocas. Lo podemos observar en sus Adoraciones de los Magos (si, hizo 2, bastante distintas y en una tuvo la osadía de autorretratarse), La elevación de la cruz y el Descendimiento.

Por otro lado, su pintura mitológica da rienda suelta la sensualidad barroca y flamenca. Sus escenas se desarrollan en parajes frios, casi manieristas, en los cuales descartaba toda idealización de las figuras mitológicas femeninas, al contrario que pasaba con el Renacimiento, usando de modelo varias veces a su segunda esposa, Helena Fourment. Destacan pues, Las Tres Gracias (1625-1630) y El Juicio de París.
Las Tres Gracias (1625-1630). Peter Paul Rubens. Museo del Prado

No obstante, se nos olvida un tercer género, que sería el retrato áulico, en el cual supo magistralmente aunar la naturalidad con la fidelidad al aspecto físico del retratado, captando parte también de la personalidad del retratado. Esto podemos observarlo en su retrato del Duque de Lerma (1603).
Retrato del Duque de Lerma a caballo (1603). Peter Paul Rubens. Museo del Prado.

La obra y el estilo tan característico de Rubens se difundieron a través de sus discípulos, de sus cuadros pintados para las cortes extranjeras y por los cuantiosos grabados de muchas de sus obras. Destacan dos discípulos:

- Anthony van Dyck, pintor de la corte inglesa, que destaca por su gran personalidad artística, un estilo caracterizado por la elegancia y el refinamiento dentro de una actitud propia de la grandiosidad barroca. Su estilo influenciaría en gran manera a los retratistas ingleses del siglo XVIII.

- Jacobo Jordaens siguió una cierta fidelidad en los temas religiosos y mitológicos con el estilo que tenía el propio Rubens, aunque poco a poco su estilo fue derivando hacia un mayor naturalismo y mostrar rasgos tenebristas. Se especializó en representar escenas de la sociedad burguesa y campesina flamenca, como en sus famosas pinturas El sátiro y el campesino o El rey bebe (1638; luego tiene otra versión del cuadro de 1640).
El rey bebe (1640). Jacobo Jordaens. Museo Ermitage.

La pintura holandesa

Holanda era una región donde predominaba la religión luterana, sí, pero también donde la sociedad burguesa tenía un gran papel social y político (así como económico, claro), y donde se había desarrollado un Gobierno democrático (tampoco pensemos que era una democracia como la podemos entender nosotros, sino más bien un sistema representativo en el que tenía cabida la burguesía).

La pintura se enfocó hacia obras de pequeño tamaño destinados a las viviendas burguesas, en las cuales veremos temas religiosos (cuya finalidad era la meditación en el hogar y no las iglesias), escenas mitológicas (con intención moralizante), imágenes de la vida burguesa (sus quehaceres diarios) y retratos (de carácter austero, siendo muy frecuente el retrato colectivo).

En las obras de Frans Hals se aprecia su estilo único, esa pincelada amplia, muy suelta, que anticipó técnicas de los siglos XIX y XX. Se dedicó con más empeño a representar retratos, destacando el naturalismo de sus personajes, así como el estudio psicológico de los mismos. Los fondos de sus pinturas no pretenden distraer la atención del espectador, sino encaminarlos a que se fijen en sus personajes. Destacamos el Banquete de los oficiales de San Jorge (1616).
Banquete de los oficiales de San Jorge (1616). Frans Hals

Rembrandt puede que sea el artista barroco holandés que por su excelencia todos conocemos o hemos visto alguna de sus obras subastarse por mucho dinero (aunque el valor de una obra no reside en su precio). Se formó en Holanda y se puede ver en su obra influencias del arte italiano, aunque nunca viajase a Italia.
Lección de anatomía del doctor Tulp (1632). Rembrandt.

El estilo de Rembrandt era marcadamente personal, dentro de la estética barroca, en el que se aprecia la influencia del tenebrismo, aunque se aleja de los fuertes contrastes de luz y sombra de Caravaggio. En su obra, el tránsito entre las zonas luminosas y las oscuras se hace paulatinamente, no es tan brusco, con una tonalidad cromática casi aterciopelada.

Su obra pictórica evoluciona desde una etapa inicial más dibujística con composiciones grandiosas hasta una etapa final de pincelada suelta y composiciones sencillas, con las que hace patente una gran serenidad (uso de fondos broncíneos y su personal tratamiento de la luz).
La cena en Emaús (1648). Rembrandt

Aunque la pintura holandesa no es muy dada a las pinturas religiosas de gran formato, Rembrandt se sintió atraído por este género, aunque siempre lo representó con la típica sobriedad luterana. Así lo vemos en La Cena en Emaús o El descendimiento de la cruz. Así pues también realizó escenas de género, como la Joven Bañándose o el Buey Desollado.
Mujer bañándose (1654). Rembrandt

Además, fue un magnífico retratista, capaz de transmitir la personalidad de los retratados, como se observa en los númerosos autorretratos que constituyen un testimonio de la vida y evolución pictórica del mismo autor desde su juventud hasta su vejéz. 
Autorretrato (1665-1666). Rembrandt

No obstante, también trabajó, y magníficamente he de decir, el retrato grupal como atestigua La lección de anatomía del doctor Tulp (1632) o La ronda de noche (1642). Por último, destacar que también fue un magnífico grabador, pues muchos de sus grabados se utilizaron para dar a conocer su obra.
La ronda de noche (1642). Rembrandt

El último pintor holandés del que hablaremos será Jan Vermeer de Delft, que se caracteriza por realizar lienzos de pequeño tamaño y, sobre todo, por representar escenas de la vida diaria en los interiores de las viviendas de la burguesía holandesa.
La joven de la perla (1665-1667). Jan Vermeer.

En sus retratos destaca el orden y el sosiego, reflejo de la vida tranquila y apacible de la sociedad burguesa. Así, los interiores representados no son lujosos, pero tienen lo necesario y resultan agradables. Sus figuras están bien definidas por el dibujo y el empleo de la luz suave que baña sus escenas, que muchas veces proviene de una ventana a la izquierda del espectador. Entre sus interiores destacan La lechera, La carta, La encajera o El pintor en su taller.
La lechera (1658-1660). Jan Vermeer.

Si antes he dicho que se dedicó a la retratística, fue una verdad a medias, pues se conocen dos paisajes en los cuales Vermeer representa su ciudad, Delft: La callejuela y La vista de Delft. Ambas son obras que representan a la perfección la topografía, lo que hace pensar que tuviera acceso a una cámara oscura.
Vista de Delft (1660-1661). Jan Vermeer.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Arquitectura y escultura barroca en España

Arquitectura barroca española

Se desarrolló entre los años 1600 y 1760, coincidiendo con la llamada decadencia del Imperio español, algo más matizada por la historiografía reciente. La situación de crisis que había impedido las grandes reformas urbanísticas y arquitectónicas, ya que estas requerían mayor inversión económica que las otras artes.

En el aspecto estético se produjo una evolución distinta a la del resto de Europa. Los materiales utilizados fueron más pobres y el Barroco se reflejaba más en el aspecto y las formas decorativas que en las plantas complejas como habían hecho los italianos.

Podemos diferenciar tres períodos:
- Primera mitad del siglo XVII, con pervivencia de formas herrerianas, que se iba adaptando a la severidad de las ideas de la Contrarreforma.
- Segunda mitad del siglo XVII, con un retroceso de las formas herrerianas y un aumento decorativo para buscar efectos de contrastes entre luz y sombra.
- De finales del siglo XVII hasta 1760, cuando la llegada al trono de los Borbones condujo a una reactivación de la actividad constructiva en un arte cortesano (sobrio y clasicista) y uno tradicional (más recargado en su estética).

En la primera mitad del siglo XVII, destacaron arquitectos como Juan Gómez de Mora, Alonso Carbonell y los jesuitas Pedro Sánchez (evitad chistes fáciles) y Francisco Bautista.

Juan Gómez de Mora destacó por sus formas herrerianas (horizontalidad, torres en las esquinas o los chapiteles), aunque introdujo efectos de claroscuro, y su material predilecto fue el ladrillo. Realizó la Clerecía de la Compañía de Jesús (Salamanca), de planta jesuítica; la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús (Alcalá de Henares) y en Madrid la Plaza Mayor, la Cárcel de Corte y el antiguo Ayuntamiento.
Clerecía de la Compañía de Jesús (Salamanca). Juan Gómez de Mora


Alonso Carbonell fue un arquitecto más cortesano, y construyó para la Corte el Palacio del Buen Retiro, el cual fue derruido durante la Guerra de la Independencia aunque aun se conserva gran parte gracias a su restauración.
Palacio del Buen Retiro. Alonso Carbonell


Los jesuitas Pedro Sánchez y Francisco Bautista realizaron en Madrid la iglesia de la Compañía de Jesús, actual Colegiata de San Isidro, en la que destaca su planta jesuítica y la cúpula encamonada (consiste en colocar un armazón de madera con forma de cúpula, llamado carnón, recubierto en el interior por yeso y en el exterior con un tambor de ladrillo y un chapitel de pizarra).
Colegiata de San Isidro en Madrid. Pedro Sánchez y Francisco Bautista


A mediados del siglo XVII se produjo un abandono paulatino de la influencia herreriana y se potenció más el aspecto decorativo, con elementos naturistas, hornacinas y estípites (un soporte típico del Barroco español, que tenía forma de tronco de pirámide invertida para dar una sensación de inestabilidad). Destacan de esta época arquitectos como Francisco de Herrera el Mozo, que realizó gran parte de la Basílica del Pilar, en Zaragoza, si bien a su muerte el proyecto fue alterado; y Alonso Cano (del cual volveremos a hablar luego), que realizó la fachada de la catedral de Granada, la cual parece un arco de triunfo con tres grandes arcos que sobresalen y dan un efecto de profundidad y contrastes.
Basílica del Pilar (Zaragoza). Francisco de Herrera el Mozo
Fachada Catedral de Granada. Alonso Cano.

Desde finales del siglo XVII hasta 1760, la instauración de los Borbones en España marcará la arquitectura con un carácter nacional (continuador del estilo anterior de manos de arquitectos de origen español) y cortesano (determinado por la nueva dinastía, que introdujo modelos y artistas del Barroco francés e italiano). Entre la corriente nacional vamos a encontrar 3 focos (el centro peninsular, Andalucía y Levante, y Galicia) y por el cortesano estarán los Reales Sitios.

La corriente nacional del centro de la Península va a estar marcado por la familia Churriguera, cuyo estilo (churrigueresco), hasta incluso, trascenderá el panorama peninsular y podremos ver algunos ejemplos en América Latina. Destacan en el seno de esta familia José de Churriguera, que realizó el retablo de la iglesia de San Esteban en Salamanca en el cual prioriza cada detalle al máximo: marcados claroscuros, una gran profusión decorativa, columnas salomónicas, estípites y elementos vegetales. Sin embargo, sus edificios son de estética más carácter más austero como el Palacio Goyeneche de Madrid, o el proyecto urbanístico de Nuevo Baztán a las afueras de Madrid, donde diseñó una iglesia, un palacio y viviendas.
Palacio Goyeneche (Nuevo Baztán, Madrid). José de Churriguera

Otro representante de la familia, Joaquín Churriguera, desarrolló un estilo con más carga decorativa como se ve en la Cúpula de la Catedral Nueva de Salamanca. Alberto Churriguera, autor de la Plaza Mayor de Salamanca, consiguió unificar la monumentalidad y el estilo decorativo.
Cúpula de la Catedral Nueva de Salamanca. Joaquín Churriguera.

Otros arquitectos del centro peninsular serán Pedro de Ribera, con su hospicio de San Bernardo o el puente de Toledo, y Narciso Tomé, autor del Transparente de la catedral de Toledo.

En la corriente nacionalista de Andalucía y Levante vamos a encontrar más heterogeneidad. En Sevilla, de la mano de Leonardo de Figueroa, que se caracterizó por la riqueza decorativa de sus fachadas y el empleo del ladrillo, encontraremos la fachada del colegio de San Telmo (Sevilla), pero en su iglesia de San Luis podremos observar una rica ornamentación con influencias de la tradición islámica y mudéjar.
Fachada del colegio de San Telmo (Sevilla). Leonardo de Figueroa

Francisco Hurtado Izquierdo, del cual destacamos su sacristía de la Cartuja de Granada, supo llevar al extremo la exuberancia barroca al hacer uso de materiales tan moldeables como el yeso, haciendo que fuera posible recubrir los muros con formas retorcidas, mezcla de motivos vegetales y geométricos.
Sacristía de la Cartuja de Granada. Francisco Hurtado Izquierdo.

En Valencia, destacaremos al alemán Conrado Rudolf por construir la fachada principal de la catedral de Valencia, de inspiración italiana, y a Hipólito Rovira por diseñar la portada del Palacio del Marqués de Dos Aguas (un magnífico ejemplo de decoración exuberante del Rococó). También, Jaime Bort, arquitecto valenciano, por realizar la fachada de la catedral de Murcia, concebida con gran plasticidad debido al rehundimiento de la parte central en forma cóncava, para así desmarcarse y crear contraste con las portadas laterales de esa catedral, que tenían forma más rectilínea.
Portada barroca de la Catedral de Valencia. Conrado Rudolf
Puerta del Marqués de Dos Aguas (Valencia). Hipólito Rovira

La última corriente nacional será la de Galicia. De esta destacaremos a Fernando Casas y Novoa, que fue el arquitecto principal de este período en Galicia, y se le conoce por realizar la fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago de Compostela (puede que sea la más conocida y no es algo baladí, ya que su rica decoración con esculturas y motivos geométricos llama la atención de cualquiera que tiene el honor de verlo).
Fachada del Obradoiro de la Catedral de Santiago de Compostela. Fernando Casas y Novoa.

En cuanto a la arquitectura cortesana, podemos observar que los arquitectos franceses e italianos realizaron su labor sobre todo en la construcción de palacios y residencias reales (los llamados Reales Sitios). Las principales construcciones del período vendrán de la mano de Filippo Juvarra y Giovanni Batista Sacchetti, los cuales construyeron el Palacio de la Granja de San Ildefonso y el Palacio Real de Madrid.
Palacio de la Granja de San Ildefonso (Segovia). Filippo Juvarra y G. B. Sacchetti

La escultura barroca en España. Castilla y León

La escultura barroca en España va a estar definida por unos rasgos inéditos y muy particulares que la van a diferenciar del resto de Europa:
- Los escultores trabajarán bajo un sistema artesanal muy tradicional.
- No hubo apenas influencia de la escultura extranjera.
- La escultura era de carácter casi exclusivamente religioso.
- Dada la situación económica de la Monarquía Hispánica del s. XVII y el carácter realista que se le quería dar, escogieron la madera como material predilecto, que luego policromaban.
- Como muestra de gran realismo y personificando la persuasión barroca, las imágenes solían ir acompañadas de postizos (pelo, uñas y dientes de marfil, etc.) para aumentar el verismo de la obra.
- Mucha de esta escultura van a ser “imágenes para vestir”, es decir, armazones de madera que solo llevaban los sitios que se iban a ver tallados para luego ser vestidos con vestiduras reales.

Por todo ello, al conjunto de obras hechas según esta estética van a ser conocidas bajo el nombre de imaginería, con un desarrollo regional alejado de la corte, siendo los principales núcleos Castilla y León, Andalucía y Levante.

Podemos clasificar la mayor parte de la producción escultórica de la imaginería barroca en dos grandes grupos: el retablo y los pasos procesionales.

El retablo barroco era la combinación de las llamadas tres grandes artes (arquitectura, pintura y escultura), ya que tras construir la estructura, se colocaban en los distintos espacios del retablo pinturas y esculturas. El complejo arquitectónico (que hacía el ensamblador) era dorado, con aplicaciones de panes de oro (lo que hacía brillar la iglesia y exaltaba la función del altar), mientras que las imágenes y pinturas que complementaban el retablo mostraban la vida de Cristo y los santos, siguiendo la propaganda de la Contrarreforma.

Por otro lado, los pasos fueron el otro desempeño de la imaginería barroca española. El término “paso” (del latín passus, sufrimiento) hace referencia a una escultura o grupo escultórico que se procesionan en Semana Santa para representar la Pasión de Cristo.

En Castilla y León, la escultura barroca tuvo su gran apogeo en la primera mitad del siglo XVII y se caracterizó por un gran realismo, un profundo dramatismo y una patente sobriedad de los temas representados.

Destaca la figura del escultor Gregorio Fernández, originario de Lugo que se estableció en Valladolid en 1605. Su obra, en un principio, va a estar influenciada por el legado escultórico de Juan de Juni y de Pompeyo Leoni, para acabar destacando con su propio estilo con un gran carácter personal. Sus obras, perfectamente modeladas y policromadas (donde destaca también la técnica del estofado, recubrir con pan de oro las tallas para luego sacar el color original mediante el rallado del pan de oro), se caracterizan por la forma de representar las telas con fuertes plegados típicos de la pintura flamenca del siglos XV.

En su producción artística destaca el Retablo mayor de la iglesia de los Santos Juanes (Valladolid), pero también realizó imágenes pasionarias como Cristo yacente, en la que buscaba plasmar la soledad de Cristo en el sepulcro y la expresión del drama de la Pasión. No obstante, el dramatismo de estas imágenes contrastará con la ternura de la Virgen de la Inmaculada del Convento de las Clarisas de Monforte de Lemos (Lugo) o la delicadeza de su Arcángel San Gabriel (representado desnudo y con un modelado del cuerpo y una belleza casi femenina). Además, en sus grupos destacará el sentido expresivo en la interrelación de las figuras como en su Piedad.
Piedad de Gregorio Fernández


La escultura barroca en España. Andalucía y Levante

En Andalucía, la gran mayoría de los escultores trabajaron en Sevilla y Granada. En contraposición con la imaginería de Castilla y León, van a desarrollar un arte más dulce y melancólico, queriendo alcanzar la exquisitez en la talla, a la cual se aplicaban los colores de manera excepcional.

De la escuela sevillana, conocemos a dos grandes escultores como fueron Juan Martínez Montañés y Juan de Mesa. El primero creó dicha escuela mientras que el segundo fue su discípulo y continuador.

Martínez Montañés destaca por la serenidad y el equilibrio de su estilo (que nos recuerda más a la escultura renacentista, sobre todo por el tratamiento de los desnudos). En su Cristo de la Clemencia de la catedral de Sevilla, vemos como en lugar de representar la tragedia, nos muestra un Cristo vivo que posa su mirada hacia abajo, hacia el fiel, dando rienda suelta a la intencionalidad persuasiva del Barroco. Otra obra conocida suya será el retablo de San Jerónimo penitente de San Isidoro del Campo (Santiponce, Sevilla).
Retablo de San Jerónimo penitente de San Isidoro del Campo (Santiponce, Sevilla). Martínez Montañés


Juan de Mesa se dedicó, por otro lado, a las obras procesionales. Su estilo fue de gran personalidad, destacando en el rostro de las imágenes un agudizado patetismo, como vemos en su Jesús del Gran Poder.

En la escuela granadina, nos encontramos: por un lado, al polifacético Alonso Cano (pues también fue arquitecto y pintor), que era originario de Granada, aunque se formó en Sevilla, en el círculo de Martínez Montañés, de quien recibirá influencias en su obra. Trabajó en Madrid al servicio del conde duque de Olivares y en Granada para el Cabildo. Su estilo propio resalta por las formas serenas y delicadas, quizás más propias del Renacimiento, como se aprecia en su representación de la Inmaculada (1655).
Inmaculada (1655). Alonso Cano

Por otro lado, tenemos a Pedro de Mena, discípulo de Alonso Cano y un gran colaborador de este. No obstante, las obras con las que más brilla van a ser las imágenes independientes, es decir, que no van a ir destinadas a pasos ni retablos, y contarán con un estilo naturalista y sereno, haciendo gran hincapié en representar de manera profunda sentimientos expresados a través del misticismo. Entre sus obras destacan la sillería del coro de la catedral de Málaga y la Magdalena penitente.
Magdalena penitente (1664). Pedro de Mena

La segunda mitad del siglo XVII en Andalucía va a ser un poco distinta, ya que llega a España la influencia de Bernini, que otorgó gran movimiento a las imágenes, pero manteniendo el aspecto realista que había caracterizado a la escultura española.

En Sevilla destacó José de Arce, de procedencia flamenca y formado en Roma, donde conoció el estilo de Bernini. Por ello, en la que es su obra culmen, el Retablo de la iglesia de San Miguel en Jerez de la Frontera (Cádiz), sus figuras muestran un gran movimiento y gesticulación.
Retablo de la iglesia de San Miguel en Jerez de la Frontera (Cádiz). José de Arce


También de Sevilla tenemos a dos artistas de la misma familia: Pedro Roldán, cuya obra destaca por la fuerza del movimiento y la gesticulación, como en el Entierro de Cristo; y Luisa Roldán, más conocida por “la Roldana”, ya que era hija de Pedro de Mena, pero su obra destacó por encima de la de su padre por su gran nivel, lo que la llevó a detentar el cargo de escultora del Rey. Es por esto que su última etapa la desarrolló en la Corte y destaca la imagen de San Miguel del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. No obstante, esta imagen de gran tamaño destaca con el resto de su obra, ya que se caracterizó por sus figuras de pequeño tamaño realizadas en barro cocido y policromado.
San Miguel Arcángel del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Luisa Roldán.

En cuanto a la escultura levantina, aunque podamos encontrar en la zona comprendida entre Valencia y Murcia alguna que otra escultura, no fue hasta mediados del siglo XVII cuando se reactivó la economía y eso permitió que hubieran más encargos, así como podemos ver que llegaron más artistas de origen italiano por los contactos con Italia.

Así pues, este fue el caso de Nicolás Busi, de origen alemán y formado en Italia en el estilo de Bernini. Esto lo apreciamos en la decoración de la fachada de la basílica menor de Santa María de Elche (1680-1682). Aunque también realizó escultura en madera con gran expresividad.
Fachada de la Basílica menor de Santa María de Elche (1680-1682). Nicolás Busi.

El último artista del que vamos a conocer, merece que nos detengamos un poco más en su obra. No hablamos de otro que de Francisco Salzillo, considerado el último de los grandes imagineros españoles del Barroco, ya que su padre fue un escultor de origen napolitano que acabó estableciéndose en Murcia.

En Murcia fue donde Salzillo desarrolló su obra, centrada en la talla de imágenes en madera, las cuales destacan por una enorme sensibilidad que combina con un realismo agradable, que se contrapone con otros artistas que ya hemos podido conocer.

Entre sus pasos procesales destacan el de La Última Cena, puede que la última representación realista del tema con un interesante análisis de la perspectiva. Aunque también podemos encontrar los rasgos que hemos nombrado en la Oración en el Huerto, donde el ángel muestra la dulzura tan característica de Salzillo.
La Última Cena de Francisco Salzillo. La obra de por si lleva la mesa vacía, pero los fieles le ponen comida fresca cada año cuando la sacan en paso procesional en señal de admiración/devoción y de abundancia para la escena.

Por último, comentario aparte merecería el Belén que realizó al estilo napolitano, donde las figuras sorprenden por su gran expresividad y están dotadas con un carácter anecdótico, puesto que cada una por separado parece estar contando una historia.
Belen de Francisco Salzillo. Puede que este sea el origen de la tradición de los belenes en España, ya que se trajo desde Nápoles durante el reinado de Carlos III

Bibliografía y webgrafía

- GUASCH FERRER, A. M.; ONIANS, J. (2008). Atlas del arte. Barcelona: Blume.
- JIMÉNEZ, J. (2010): Teoría del Arte. Madrid: Tecnos.
- PEÑA GÓMEZ, M. P. (2006). Manual básico de historia del arte. Cáceres: Universidad de Extremadura.
- RAMÍREZ, J. A. (2005). Historia del Arte. La Edad Moderna. Madrid: Alianza.
- VV.AA. (2011). Mil obras para descubrir el Arte. Barcelona: Ediciones Larousse.
- www.artehistoria.es

martes, 25 de febrero de 2020

Arquitectura y escultura barroca en Europa

Entre 1545 y 1563 tuvo lugar el Concilio ecuménico de Trento. Su convocatoria, realizada por Pablo III a instancias del emperador Carlos V, fue un intento de solucionar los graves problemas que aquejaban a la Iglesia católica: la Reforma protestante (iniciada en 1517) y una crisis interna de la Iglesia que se arrastraba desde la Baja Edad Media en forma de corrupción y nepotismo entorno a la curia vaticana.

Como solución a tales circunstancias, inició un proceso de reacción que surgió de Trento y que es conocido como Contrarreforma, que adoptará 3 grandes resoluciones:
- Se reafirmó el dogma católico.
- Se aceptó la necesidad de reformar la Iglesia católica.
- Se fundó la Compañía de Jesús para ratificar la supremacía del Papa.

Por aquel entonces también asistimos al auge de la monarquía absoluta, que suponía una ratificación de las monarquías autoritarias del siglo XVI, pero con una percepción más exclusivista del poder. El rey absoluto tenía un dominio omnipotente sobre su reino, sin ninguna institución o grupo social que limitase sus iniciativas. ¿Cómo podía justificar semejante actuación? Haciendo que la fuente de su autoridad fuese de origen divino.

En Francia, podemos observar cómo tras las Guerras de Religión (siglo XVI) existía una necesidad de implantar una autoridad incontestable, y ahí fue donde la monarquía absoluta encontró un nicho en el que hacerse hueco, pero, sobre todo, destacaría la figura de Luis XIV, apodado el Rey Sol.
Retrato de Luis XIV de Hyacinthe Rigaud, 1701, Museo del Louvre, París (Francia).

Por lo tanto, el siglo XVI fue un momento en el cual los dos poderes (el Papa y los monarcas absolutos) asistieron a la consolidación de su carácter incontestable, aunque a veces estos dos rivalizasen entre sí. Por ello, el programa político de ambos poderes incluyó un proyecto de promoción en el que las nuevas formas de expresión barrocas se convirtieron en el vehículo idóneo para hacer valer su poder.

En el siglo XVII vamos a encontrar también ciertas especificidades que van a forjar ciertas estructuras mentales que van a adecuarse perfectamente con las propuestas artísticas del Barroco:
- La mentalidad humanista precedente va a dar paso a una nueva concepción más pesimista y angustiosa de la realidad.
- La influencia de la religión también condicionó la mentalidad de la época, ya que surgieron nuevas exigencias litúrgicas y una exaltación de la fe en grandes demostraciones (el culto a la Eucaristía, a la Virgen y a los santos sirvió para exaltar el esplendor ceremonial del Barroco dentro y fuera de las iglesias).
- La crisis económica, las epidemias y las guerras desarrollaron una visión catastrófica de la vida, y de su carácter efímero y azaroso, así como la preocupación por la muerte sirvió para normalizar de cierta manera el trance al otro mundo.

Todas estas preocupaciones, configuraron una cosmovisión concreta que se adaptaba a la perfección a la estética barroca, o, dicho de otro modo, encontró en el Barroco su medio de expresión más apropiado.

Persuasión y poder en el Arte Barroco

El Barroco fue un período artístico que se desarrolló fundamentalmente durante el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII (aprox.), aunque bien sea cierto que, en el siglo XVIII, dicho período pasaría a conocerse como Rococó. No hay que concebir al Barroco como una ruptura del Renacimiento, sino como una evolución del mismo teniendo en cuenta la ruptura que el manierismo había hecho con la pureza clasicista. Este nuevo estilo va a estar marcado por un gusto por el movimiento y una aparente carencia de regularidad.

Una de las características más destacadas de este estilo es el uso del arte como un factor de persuasión, pero ¿qué tipo de persuasión? En los países católicos, el poder religioso vio en el Barroco un aliado de la Contrarreforma, por lo que se aprovechó dicho arte como medio de oposición y de evangelización. Este mismo sentido de persuasión lo van a utilizar los poderes civiles como elemento de propaganda política, para exaltar el poder del absolutismo monárquico.

Sin embargo, en los países de talante protestante, donde había triunfado la Reforma y la burguesía tenía un importante papel social y político, como Flandes, se aprovechó el sentido realista de la estética barroca para mostrar a los burgueses en sus labores cotidianas y representar motivos agradables y de la vida diaria en la decoración de sus viviendas.

La arquitectura barroca aportó un tratamiento anticlásico y antirracional a los elementos constructivos y decorativos clasicistas de épocas pasadas. En todas las manifestaciones artísticas estuvieron presentes la idea de la teatralidad, el engaño, la generación de imágenes y espacios irreales, con un especial desarrollo en la arquitectura. Las nuevas construcciones se caracterizaron por:
- El uso de formas cóncavas y convexas en las fachadas.
- El uso de elementos que produjeran resaltes y hundimientos favoreciendo efectos de claroscuro y de relieve.
- La incurvación de los entablamentos, la ruptura de los frontones y las columnas retorcidas (salomónicas).
- El gusto por las formas curvas de las plantas, las paredes y las esquinas, generando sensación de movimiento.
- La decoración creada con la luz generando contrastes entre zonas oscuras y otras iluminadas.
- La decoración de las bóvedas con trampantojos (pinturas que engañan a la vista creando una sensación de profundidad inexistente).
- Planta oval o elíptica.

Por otro lado, el conflicto espiritual entre católicos y protestantes hizo que el templo tuviera un papel singular, especialmente en los países católicos. Tras la Contrarreforma se impuso la planta de cruz latina, aunque podemos seguir encontrando plantas centralizadas. El modelo en el cual se basarán todas las iglesias barrocas será la Iglesia de Il Gesù de Vignola, cuyo origen nos retrotrae al Cinquecento.
Iglesia de Il Gesù de Jacopo Vignola en Roma (Italia).

El palacio será el otro edificio destacado del Barroco, ya que será donde resida el poder, la monarquía absoluta. La nueva fuerza del monarca se va a transmitir a través de construcciones de gran tamaño y elementos que mostraran la riqueza y el poder del rey (como los órdenes gigantes). De igual modo, estos palacios estarán embellecidos con esculturas y pinturas que podían relacionarse con los monarcas.

Además, las ciudades capitales durante el Barroco, como centros de poder que eran, contarán con un plan urbanístico planteado para acoger a grandes multitudes con grandes avenidas que proporcionarán amplias perspectivas visuales, facilitaban el tránsito de personas y enlazarán con puntos emblemáticos de la urbe.

Italia y el origen de la arquitectura barroca

Carlo Maderno fue el primer arquitecto que mostró en sus edificios los rasgos característicos del Barroco. Fue él quien concluyó la Basílica de San Pedro del Vaticano añadiéndole un cuerpo a los pies que transformó el edificio centralizado planificado por Bramante y Miguel Ángel en una planta longitudinal. Para destacar su obra, añadió un orden gigante corintio, dándole un fuerte sentido de horizontalidad.

El siguiente no podía ser otro que el polifacético Gian Lorenzo Bernini, originario de Nápoles, que se trasladó a Roma en el año 1605 y allí realizó también función de escultor y pintor. Fue el arquitecto más importante del Barroco italiano porque asentó los fundamentos del nuevo estilo.

En 1624, construyó el baldaquino de la Basílica de San Pedro, justo bajo la cúpula, del cual destaca su decoración junto con las cuatro columnas salomónicas con entablamento de cortinajes (teatralidad).

Entre 1657 y 1677 construyó la plaza de San Pedro del Vaticano, en la que utilizó magníficos efectos de perspectiva y un uso ilógico de elementos clásicos aportando una simbología católica. Esta plaza puede dividirse en dos tramos:
- Una planta trapezoidal, próxima a la Basílica, con cuya forma logra un efecto de perspectiva.
- La zona amplia de la plaza que configuró en forma de dos brazos elípticos enmarcado por una columnata de carácter gigantesco.

El mismo Bernini explica su forma: “[Los brazos de la Iglesia] abrazan a los católicos para reforzar su creencia, a los herejes para reunirlos con la Iglesia, y a los ateos para iluminarlos con la verdadera fe”. También es cierto que esta plaza confiere al conjunto una planta con forma de llave, cuya simbología es una referencia a las llaves del Cielo que porta San Pedro.

Entre su arquitectura civil, por otro lado, destacaría el Palagio Chigi-Odescalchi, donde fijó el prototipo de fachada barroca.

El otro gran arquitecto del Barroco romano sería Francesco Borromini, nacido en Milán, aunque desde 1620 trabajó en Roma. Sus primeros pasos en la arquitectura los daría en el Vaticano bajo las órdenes de Maderno y, más tarde, bajo las de Bernini, con quien se confrontaría a nivel personal y estético. Desde entonces, las órdenes religiosas que lo financiaban “cerraron el grifo” a Borromini y no pudo usar materiales de primera calidad ni pudo construir grandes edificios.

Frente a la contención casi clasicista de Bernini, a nivel estético, Borromini jugó con la arquitectura haciendo muros con curvas y contracurvas, inventando elementos y buscando cambios lumínicos, movimiento y efectos sorpresa.
San Carlos de las Cuatro Fuentes de Borromini (1638-1641), en Roma.

Todos estos rasgos los podemos encontrar en la iglesia de San Carlos de las Cuatro Fuentes, en Roma, donde utilizó una planta ovalada con elementos cóncavos y convexos que, a través de las paredes, se trasladaban a la cúpula. La fachada contaba con formas que otorgaban movimiento y rompían las normas arquitectónicas anteriores. Pero la gran sorpresa espacial la encontramos en el pequeño claustro. Otra iglesia suya destacada sería Sant’Ivo alla Sapianza. Y, entre sus últimas obras, destaca el colegio de Propaganda Fide, que le pertenecía a la Compañía de Jesús.

Cambiando el punto de mira a Venecia y Turín, encontramos una arquitectura más cercana a la tradición renacentista de Palladio que a la romana. Baldassare Longhena fue el maestro arquitecto que edificó la iglesia de Santa María de la Salud en la entrada del Gran Canal de Venecia.
Santa María de la Salud (1631-1687) de Longhena , Venecia

El Barroco piamontés, con capital en Turín, tuvo mayor preocupación por el urbanismo y sus construcciones. Encontramos al matemático Guarino Guarini que añadió elementos tan dispares como las bóvedas de crucería califal y elementos de la arquitectura siciliana. Estos ejemplos los podemos encontrar en la capilla del Santo Sudario de la catedral de Turín, o la Iglesia de San Lorenzo.
Capilla del Santo Sudario (1668-1694), Guarino Guarini

Otro turinés destacado sería Filippo Juvarra, quien tuvo más similitudes con la concepción clasicista de Bernini y acabó configurando el modelo de palacio barroco, como se ve en la fachada del Palacio de Madama. Juvarra, en 1735, se trasladó a Madrid para diseñar el Palacio Real de Madrid tras el incendio del alcázar madrileño en 1734, finalizando el palacio su discípulo Sacchetti.

Palacio de Madama de Turín (arriba) y Palacio Real de Madrid (debajo).

Arquitectura barroca: Francia, Centroeuropa y Gran Bretaña

Si en Italia hemos visto que se crea el prototipo de palacio barroco, es en Francia donde desarrolla su función de ensalzamiento de la figura del monarca, primero, con Luis XIII (de la mano de los cardenales Richelieu y Mazarino) y, luego, con Luis XIV.

Versalles fue el palacio donde más se desarrolló la estética barroca francesa para más tarde ser imitado por otros muchos monarcas. Versalles era el palacio de caza de Luis XIII y había sido construida con su característica planta en U de los palacios franceses. Luis XIV, atraído por el lugar, lo amplió en 3 etapas:
- En la primera (1661-1668), el arquitecto Louis Le Vau alargó las alas laterales para convertirlo en un palacete.
- En la segunda (1668-1678), el mismo arquitecto envolvió el antiguo edificio con una nueva construcción, con una fachada orientada hacia el jardín siguiendo el modelo barroco italiano.
- En la tercera (1678-1700), Jules-Hardouin Mansart añadió dos alas transversales. En la planta principal se dispusieron amplios salones decorados con paredes de mármol y pinturas al fresco en los techos. El más conocido es la Galería de los Espejos.

Otro lugar emblemático de Versalles es su jardín, que ocupaba una gran extensión al oeste del palacio y fue diseñado por André Le Nôtre, que lo estructuró en avenidas y caminos con trazado geométrico. Además, estaba todo decorado con estatuas y fuentes, aludiendo al poder de Luis XIV.

En Centroeuropa, la arquitectura barroca se desarrolló a partir del último tercio del siglo XVII, teniendo su máximo apogeo en el XVIII. En general, se caracterizó por una pervivencia de las tradiciones góticas a las que se sumaron influencias italianas y, especialmente, francesas (modelo Versalles en los palacios).

En Austria, Johan Fischer von Erlach apostó por la monumentalidad de sus edificios para simbolizar la grandeza del Sacro Imperio Romano Germánico. Esto lo podemos observar en la iglesia de San Carlos Borromeo de Viena.
Iglesia de San Carlos Borromeo (1716-1737) de Viena (Austria).

En Alemania, el representante de este movimiento será Daniel Pöppelmann, autor del conjunto del Zwinger (Dresde), un monumental espacio a modo de patio para un palacio que no llegó a construir destinado a la celebración de ceremonias.
Vista aérea del conjunto del Zwinger en Drede.

Por último, en Gran Bretaña, el Barroco siguió su propio ritmo como ya había sucedido en estilos anteriores. Esto se debe a la falta de una monarquía con rasgos absolutistas y la influencia de la Iglesia anglicana ajena a la Contrarreforma. Además, la tradición gótica y el gusto inglés por las formas renacentistas frenaron la expansión de la arquitectura barroca.

Será Christopher Wren el principal arquitecto barroco británico, que tras el incendio de Londres de 1666, planificó un nuevo trazado urbanístico que nunca pudo llevar a cabo. No obstante, su obra más destacada fue la catedral de San Pablo en Londres con una cúpula sobre un tambor rodeado por una columnata.
Catedral de San Pablo de Londres.

La escultura barroca. Italia y Francia

Como pasaba con la arquitectura, la escultura barroca va a buscar la exaltación del poder, siendo Italia el centro principal de la escultura de persuasión religiosa, aunque podamos encontrar también ejemplos mitológicos, retratos, etc. La escultura era parte de una escenografía estudiada al milímetro, en la que se tenía en cuenta cada detalle: la incidencia de la luz, las perspectivas desde los puntos de visualización, etc. De esta manera, las obras de este período buscaban el movimiento, las curvas y los efectos claroscuros.

El máximo exponente de la escultura barroca en Italia vuelve a ser el polifacético Bernini, cuya obra, de gran modernidad y trascendencia, alcanzó un gran poder expresivo hasta el punto de que lograba mostrar un fiel reflejo de los estados anímicos y el poder de la personalidad que representaba. Sus obras principales fueron la figura de David (1623) y el grupo escultórico de Apolo y Dafne (1622-1625).
Grupo escultórico de Apolo y Dafne de Bernini. Resalta la tensión del momento en el que Dafne se convierte en laurel, rasgo que anticipa la corona de laurel que porta Apolo.

Ya en su madurez artística esculpió el Éxtasis de Santa Teresa (1647-1652), donde manifiesta un genial tratamiento de los plegados en los ropajes, destacaba otra vez la expresividad de sus figuras y tuvo detrás un exhaustivo estudio de las figuras para que pareciese flotaban sobre las nubes. Todo el conjunto de la obra, junto con los rayos de oro y una cúpula de la cual extrae luz natural promueve la teatralidad de la obra.
Éxtasis de Santa Teresa de Bernini. El rostro de Santa Teresa deja entrever que se trata de un momento de clímax.

Bernini también realizó retratos de busto, captando los rasgos físicos y el carácter del personaje, como muestra el busto de Luis XIV. En sus sepulcros, donde también retrataba al difunto, fijó una nueva tipología ligada al Barroco en las que entremezclaba mármol con bronce. Destacan los sepulcros de Urbano VIII y Alejandro VII.

Asimismo, Bernini realizó varias fuentes en la ciudad de Roma, como la Fuente de los Cuatro Rios, de gran movilidad y monumentalidad, que junto a la iglesia de Borromini, refleja también el enfrentamiento entre ambos en sus figuras representadas, haciendo que no quieran ni mirar la fachada del edificio.
Fuente de los Cuatro Ríos (1648-1651) de Borromini.

En Francia, el absolutismo hizo que fuese el centro de la exaltación monárquica, ya que la mayoría de las esculturas francesas del siglo XVII se esculpieron para decorar el palacio y los jardines de Versalles, entre los cuales van a destacar temáticas profanas centradas en los retratos y temas mitológicos.
Apolo servido por las Ninfas de François Girardon. Rememora las composiciones de la escultura griega de época helenística.


François Girardon realizó el grupo de Apolo y las Ninfas (1666-1675) con una estética claramente clásica por su influencia helenística, y el Rapto de Perséfone, donde se aprecia la influencia de Bernini en sus movimientos forzados y el tratamiento de la anatomía. Además, realizó la Tumba del Cardenal Richelieu.
Rapto de Persefone de François Girardon. Un tema que ya había sido representado anteriormente por Bernini, pero tratado desde otro punto de vista.

No obstante, fue Antoine Coysevox quien tuvo un aproximamiento más exacto a la estética barroca que poco a poco se fue imponiendo en el ámbito francés. Trabajó en la decoración de Versalles, en el que destaca el medallón de Luis XIV victorioso, representado a caballo y saltando por encima de los enemigos. Pero fue en el Retrato de María Adelaida de Saboya como Diana (1710) donde empleó los postulados más propios del Barroco.
María Adelaida de Saboya como Diana, de Antoine Coysevox. La noble italiana representada fue Delfina de Francia y Duquesa de Borgoña, así como la madre del rey Luis XV de Francia. Además de la hermana de la reina consorte del primer rey Borbón de España, Felipe V.

Otro escultor de renombre, que actuó en un ambiente ajeno a la corte, fue Pierre Puget. Este escultor, gracias a su condición, pudo expresar su personalidad sin las imposiciones del arte oficial. En su Milón de Crotona (1671-1682), con gran éxito en la corte francesa, observamos un acercamiento al Barroco italiano, lleno de fogosidad y movimiento, en el que se recreó en la angustia que produce en las personas sometidas a gran tensión. Por otro lado, destacan sus Atlantes de la puerta del Ayuntamiento de Tolón, que nos recuerda en su estudio anatómico de la musculatura a Miguel Ángel al señalar la fuerza que hacen para sostener el balcón.
Milón de Crotona de Puget. Representa el final de un joven atleta griego del siglo VI a.C. del cual cuentan que se hizo tan fuerte como el buey que cuidó desde pequeño y murió al quedarle atrapada la mano en un tronco, tras lo cual fue devorado por las bestias.
Atlantes del Ayuntamiento de Tolón. Se les conoce como atlantes porque como Atlas, el titán que sostenía el peso del mundo sobre sus hombros, se les representa cargando el peso de ese balcón.

Bibliografía y webgrafía

- GUASCH FERRER, A. M.; ONIANS, J. (2008). Atlas del arte. Barcelona: Blume.
- JIMÉNEZ, J. (2010): Teoría del Arte. Madrid: Tecnos.
- PEÑA GÓMEZ, M. P. (2006). Manual básico de historia del arte. Cáceres: Universidad de Extremadura.
- RAMÍREZ, J. A. (2005). Historia del Arte. La Edad Moderna. Madrid: Alianza.
- VV.AA. (2011). Mil obras para descubrir el Arte. Barcelona: Ediciones Larousse.
- www.artehistoria.es